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lunes, 25 de abril de 2016

Sant Jordi, tras la resaca

El primer libro que firme en Sant Jordi fue para mi amigo Antonio Medrano, de ancestros riojanos -como yo- y virtudes inconfesables -no digo nada más-. El segundo, para Marimar y Feliciano, que son riojanos de pura cepa, valga la redundancia. ¡Y maestros catalanes! Y después tuvo lugar la luminosa epifanía del gran Arrebatos, enólogo de vocación, y quedamos para ampliar sus saberes. En el apartado de los recuerdos memorables, dos mujeres familiares de Caridad -dos "del Río"- que aparecieron con unas sonrisas enormes, tan generosas que por un momento pensé que había merecido la pena escribir el libro sólo por merecerlas. Quedamos también para contarnos cosas. Sospecho que Caridad y yo aún tenemos un largo recorrido que hacer juntos. Tras el chaparrón de media tarde, se me acercó un sobrino de Carmen Brufau. Por supuesto, también nos veremos en un próximo futuro -espero.

Pero he de hacer una mención especial al joven bachiller de 16 años, que me pidió que le firmara el libro porque pensaba que podía ser una buena introducción para comprender el fenómeno de los totalitarismos. Y al amigo Ramón Alcoberro... y a tantos otros. A Ramón Alcoberro y a su mujer los conocí haciéndoles de guía en la exposición sobre los tracios que comisioné hace ya años. Y los encuentros marcan de alguna manera el destino de las amistades.

No me puedo olvidar tampoco de los que me comentaban sus preocupaciones educativas y me animaban a seguir adelante. Lo haré. A diferencia de otros yo no tengo un espíritu pedagógico misionero. Sí -quizás- diplomático.

Una tarde de Sant Jordi da para mucho. Por ejemplo para descubrir admirado la fauna de los "youtubers", que arrasaban en la FNAC de la Diagonal, donde sólo firme un ejemplar en los tres cuartos  de hora que estuve admirando las colas infinitas e irremediablemente ajenas. Vi llover, vi gente correr, no estabas tú, y los jóvenes de aquellas filas permanecían como espartanos, guardando su posición.

Una tarde de Sant Jordi da también para discutir con los puristas que, por lo visto, quisieran que en este día la gente comprara las obras completas de Musil y Proust. ¡Pero es el día del libro, no de la lectura, que la lectura no tiene día! Es, de hecho, el día del fetichismo del libro. Y la gente, a la que con tanto afán animamos a ser autónoma en las escuelas, elige autónomamente a Belén Esteban. Y hace bien. Quizás debieran publicarse las listas de los libros efectivamente más vendidos.

Un día de Sant Jordi da, por ejemplo, para saludar a los que tienes al lado: a los que firman mucho más que tú y al que firma mucho menos que tú. Es divertido contemplarlo todo mientras te dices a ti mismo que en cuatro días todos estaremos igualmente olvidados, como debe ser. Todos, hasta Belén Esteban. Sólo quedarán en pie los poco leídos, como Proust o Musil. Y así debe ser.

6 comentarios:

  1. Me gusta lo que has escrito. De cualquier forma es un día para disfrutarlo.

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  2. Jose Luis Fernández8:57 p. m., abril 25, 2016

    Belén Esteban vende más que tú..., pero la revista Hola vende más que Belén Esteban...

    Salud
    Don Gregorio

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  3. Sant Jordi no es exactamente la fiesta de los libros, sino la fiesta de la ciudadanía que querríamos ser. No dice lo que somos sino lo que querríamos ser. Hace 20 años o así me tocó firmar (o intentarlo) entre Vázquez Montalbán y José Luis de Vilallonga y Cabeza de Vaca, IX marqués de Castellbell, que había sacado una biografía del Rey. El campeón de ventas ese año fue Rappel, un vidente madrileño amigo de Marujita Díaz. Lo importante es que lea todo el mundo. Mientras hay lectura hay esperanza.

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  4. Lo más bonito del día fue, para mí, escuchar los comentarios de los lectores. No de los míos, que más bien fueron pocos y todos cómplices, sino los que escuchaba Maruja Torres mientras firmaba sus libros. Gente común que encuentra en la lectura una forma de vivir con mayor profundidad y que siente la necesidad de agradecer la experiencia a quien la hace posible con su imaginación.

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    Respuestas
    1. A mi lo que me gustaba era ver la cara de los que se acercaban a los puestos a ver famosos y acababan decepcionados.

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