Ayer por la mañana caía sobre Alicante una lluvia insidiosa que parecía de broma, pero que te acababa calando los huesos. Y como parecía de broma, me pasé la mañana andando de una punta a otra de la ciudad. Y como calaba hasta los huesos, volvía al medio día al hotel hecho una sopa boba. Cuanto más bajo está el cielo, más engaña.
Ayer en Alicante conocí en la presentación de El cielo prometido a un ruso que pasaba por allí y resultó ser periodista y poeta y que se empeñó en que quería traducir mi libro. Uno está en manos del azar. Todo lo que se puede hacer es rezar porque el azar que nos salga al paso sea un azar amigo. Cuando es así, queremos creer que el cambio de trayectoria que nos impone su presencia es el resultado de nuestra voluntad o de nuestra inteligencia. En realidad ser hombre es ser sensible a las propias ilusiones sobre lo bueno.
Ayer fue mi último día en Alicante. Ahora escribo esto en la habitación del hotel, con la maleta ya hecha.
Alicante ha sido un azar que mi amigo Jaume Marzal ha hecho posible.
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