Anteayer, en la inauguración del curso de la Societat Catalana de Pedagogia le pregunté a Nuria B. por Maria P. Me dijo que estaba en una residencia de ancianos. Le pedí la dirección y ayer fui a visitarla.
Maria P. fue mi profesora de didáctica en los tiempos en que yo estudiaba Pedagogía y (siempre supuestas) Ciencias de la Educación en la facultad de Pedralbes de la Universitat de Barcelona. En aquellos tiempos en el campus había sobre todo estudiantes y grises. Ahora en Pedralbes lo que más hay es travestis luciendo cuerpos de diseño trotón a tanto el quilo.
Recuerdo a María P. como una profesora circunstancial. Creo que de didáctica no aprendí mucho con ella (no por culpa suya, sino porque para saber algo de didáctica hay que saber mucho de la ciencia de la que la didáctica es un auxiliar), pero sí que aprendí mucho con sus constantes circunloquios y con los comentarios que hacía cuando se le iba el hilo de la cuestión supuestamente importante. Con el paso del tiempo he descubierto que los profesores universitarios que recuerdo con más cariño fueron todos profesores circunstanciales, por llamarlos de alguna manera.
Maria P. era una fenomenal lectora y en cada una de sus clases salían a relucir todos los nombres de lustre que yo apenas conocía pero que, gracias a ella, podía citar sin haber leído.
¡Demonios! Ahora que me pongo a pensar,... resulta que no sé muy bien por qué apreciaba yo tanto a María P. Pero lo cierto es que la apreciaba y el recuerdo de ese aprecio era lo que me condujo hasta una puerta con su nombre escrito en la pared. Cuarto piso, la primera a la izquierda, después a la derecha y la primera puerta.
La puerta no estaba cerrada y hasta el pasillo llegaban las estridencias de una radio con el volumen demasiado alto.
Llamé y me contestó una voz segura.
Abrí y me encontré a una viejecita pegada a una radio, hundida en un sofá.
Me reconoció inmediatamente. Y eso que hacía... ¡qué se yo! ¡Quizás hacía treinta años que no nos habíamos visto!
Creo que se alegró al ... ¿verme?
No, no me vio. Maria P. además de oír mal está ciega.
Lo primero que pensé al chocar contra sus párpados cerrados fue: "¡No podrá leer!"
Me dijo que me seguía y que estaba al tanto de lo que hacía y que estaba muy contenta de que me hubiese convertido en una eminencia.
Yo me fijaba en los ventanales abiertos que daban al Tibidabo. Había llovido y flotaba una ligera neblina en el ambiente, que tamizaba la luz del atardecer tiñendo el paisaje con unos tonos pasteles, amables y ligeramente edulcorados que María P. no podía ver. El paisaje, dicen, es un estado del alma.
Hablamos de mil cosas y de ninguna. Y se despidió de mi asegurándome que se alegraba de haberme visto.
Como salí de la residencia con un ataque de melancolía que me ahogaba, decidi acercarme hasta el Institut Químic de Sarriá, que no estaba muy lejos, a preguntar a ver qué sabían de Eymerich Übleis, un químico austriaco que fue brigadista internacional en la Barcelona de 1938 y del que sospecho que estuvo a punto de diseñar un precedente de la V-2 para Companys. No me pudieron informar de nada. Sin embargo la amabilidad de la persona que me atendió tuvo la virtud de aliviar mi melancolía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario