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jueves, 16 de enero de 2025

Dignidad, valor y pepinillos

 I

De repente se va el sol y nos acordamos de que estamos en invierno y vuelan todos de sus mesas al interior del Petit Cafè. Fuera quedamos las hojas secas de los plátanos que no saben a dónde van (ni tan siquiera lo sabe el viento que las arremolina) y yo.

II

Leyendo a Paul Tillich al aire libre, rebozado en ropas, intento resistir un poco más a la intemperie. Tillich es uno de esos autores continentales de los que los filósofos analíticos no salvarían ni una hoja para envolverse sus sandwiches de pepinillo. A ellos la nada no les dice nada. Y, sin embargo, si uno se entretiene repasando sus vidas -sus existencias- los ve a todos rondados permanentemente por una angustia a la que no pueden dar nombre porque para ellos el significado de una proposición es, simple y llanamente, el método de su verificación. 

III

Utilizo con frecuencia el concepto de «dignidad» porque me parece que la dignidad del maestro se manifiesta, ante todo, en su capacidad para respetar la dignidad del alumno. Distingo en este sentido -con Leopoldo Eulogio Palacios- entre dignidad ontológica (la que tiene cada hombre por ser hombre: la que se corresponde con la estructura ontológica del ser humano) y dignidad moral (la que ponen de manifiesto las obras). Pues bien, acabo de aprender con Tillich que lo mismo, exactamente, podemos decir del valor. Y me pregunto si no es lo mismo hablar de dignidad ontológica y del valor ontológico y de dignidad moral y valor moral.

IV

Termino de escribir lo anterior y oigo el timbre de la puerta de casa. Me traen un paquete con una hermosa sorpresa:

V
Y justo termino de colgar la imagen anterior y recibo un correo electrónico con una información preciosa sobre los archivos de Leopoldo Eulogio Palacios. No tiene nada que ver con lo que he escrito arriba sobre él, sino que se trata de puro azar amigo.


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