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domingo, 27 de octubre de 2024

Oblomov

 I

A veces me gustaría ser como Oblomov y vivir en bata y zapatillas sin salir de casa. Levantarme tarde de la cama, ir arrastrando los pies hasta el sofá, tumbarme a la bartola, echar una mirada lánguida al techo, pasarme la mano por la frente y volver a la cama convencido de que "hoy ya he hecho bastante por el bien común". Pero en vez de ser como Oblomov, me subo sobre mis propios hombros y ando corriendo de aquí para allá.

II

Estoy en Madrid. Ayer por la mañana defendí en un foro que la lógica interna que guía a la tecnología es la del dinero. Lo que valen la una y el otro no tiene nada que ver con su valor intrínseco, sino con lo que nos permiten conseguir. Y así como un billete de 100€ no es sino pura potencialidad, de modo que su esencia es la disponibilidad que me proporciona; la tecnología vale lo que puedo hacer con ella. El billete va perdiendo su valor con el tiempo (cada día que pasa se pueden comprar menos cosas con 100€) sin que por ello se vea afectado el brillo del dinero. Los productos tecnológicos poseen un valor cada vez más efímero y caen en la obsolescencia rápidamente, empujados por la aparición de nuevos productos, sin que por ello se apague nuestra fascinación por la tecnología. Nuestras casas se llenan de cacharrería mientras la tecnología remonta ufana esa misma obsolescencia, porque vive de superar cualquier límite que se haya establecido a sí misma previamente.

III

Ayer cené huevos revueltos con virutas de queso de Idiazábal con alguien que me resulta tan entrañable como admirable, José María Torralba, y después estuve tramando con Josefina Stegmann la manera de traer a Madrid a un muy importante argentino.

IV

Hoy participo en Encuentro Madrid en una mesa redonda que tratará de la transmisión. Intentaré defender que no ha habido más ferviente partidario de la transmisión que Picasso, el mayor artista del siglo XX, cuya obra se nutre de una reapropiación creadora de la tradición. La transmisión, tal como yo la entiendo, no se propone mantener el pasado en un museo al que podamos visitar de vez en cuando en busca de inspiración, que vive en nuestra inspiración, en la misma densidad del presente. Su manera de vivir es vivir en lo que nos mueve.

V

Pero a veces me gustaría ser como Oblomov.

VI

Los Andes, ya tan lejanos...



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