I
Comencé ayer el día con una entrevista con una periodista chilena, a la que le hablé, entre otras muchas cosas del Arauco domado, de Lope, recordando aquellos sorprendentes versos:
Piraguamonte, piragua,
Piragua, jevizarizagua;
Bío, Bío,
Que mi tambo lo tengo en el río.
Piragua, jevizarizagua;
Bío, Bío,
Que mi tambo lo tengo en el río.
Yo me era niña pequeña,
Y enviáronme un domingo
A mariscar por la playa
Del río de Bío-Bío,
Cestillo al brazo llevaba,
De plata y oro tejido;
Hallárame yo una concha,
Abríla con mi cuchillo;
Dentro estaba el niño Amor,
Entre unas perlas metido;
Asióme el dedo, y mordióme;
Como era niña, di gritos.
Bío, Bío,
Que mi tambo lo tengo en el río.
Y enviáronme un domingo
A mariscar por la playa
Del río de Bío-Bío,
Cestillo al brazo llevaba,
De plata y oro tejido;
Hallárame yo una concha,
Abríla con mi cuchillo;
Dentro estaba el niño Amor,
Entre unas perlas metido;
Asióme el dedo, y mordióme;
Como era niña, di gritos.
Bío, Bío,
Que mi tambo lo tengo en el río.
II
Inmediatamente después, una entrevista con un periodista español, larga y amena.
III
Al terminar, ya que disponía de tiempo libre, me fui a visitar la sede de una institución de la que tengo el gran honor de ser miembro, El Colegio Libre de Eméritos. Ahora sé que dispongo de un magnífico lugar de acogida en pleno centro de Madrid.
IV
Al atardecer, encuentro con dos amigos que dedicamos a hablar de aquel intelectual del régimen franquista que fue Fueyo, un teórico serio del fin de la historia mucho antes que a Fukuyama le diera por tocar este palo.
V
A las ocho, cena en casa de Ana Palacio, como siempre, interesantísima compañía y sabrosísima cena.
VI
El día acabó con tormenta. Lluvia sobre Madrid y sobre mi laberintitis. Pero la vida es eso, un inmenso fenómeno deportivo con vértigos y vómitos esporádicos. Bendita sea.
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