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martes, 22 de octubre de 2024

De líneas y de tumbas

 I
El camino de Bucaramanga a Barichara es un ejercicio de ascetismo para iniciados. Tres horas y pico de ida y otras tantas de vuelta en un día en el que nos aseguraron que había mucho menos tráfico del habitual. Para un europeo la doble línea discontinua en el asfalto es, como mínimo, digna de respeto y si se encuentra en el inicio de una curva cerrada, un precepto de obligado cumplimiento. Pues bien, nada de esto tiene sentido en las carreteras de mi querida y muy abrupta Colombia. O bien Dios es colombiano y guía con su infinita paciencia el tráfico de esta nación o bien los europeos hemos sido domesticados por nuestros automóviles, cosa a la que nunca cederá un colombiano. 

II


No voy a hablar de la magnífica ciudad colonial de Barichara, sino de su curioso cementerio. Cada difunto tiene sobre su tumba una escultura que da fe del oficio que ejerció en viva. Por eso me sorprendió esta estatua de un hombre, en la tumba más próxima a la entrada del cementerio, que parecía tener como oficio el entretenimiento de la espera, con una parsimonia infinita, acompañado de su radio y de su puro... ¿Pero qué esperaba? Lo pregunté y me contestaron que esa era la tumba del último enterrador.

III

No tengo manera de conciliar razonablemente el sueño por las noches. No caigo en brazos de Morfeo hasta que se anuncia el alba y claro, esta no es una manera sensata de vivir. Suena el teléfono y me pilla dormido y perezoso. Y así ando acumulando descortesías e incumplimientos.

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