No voy a hablar de la magnífica ciudad colonial de Barichara, sino de su curioso cementerio. Cada difunto tiene sobre su tumba una escultura que da fe del oficio que ejerció en vida. Por eso me sorprendió esta de un hombre, en la tumba más próxima a la entrada del cementerio, que parecía tener como oficio el entretenimiento de la espera, con una parsimonia infinita, acompañado de su radio y de su puro... ¿Pero qué esperaba? Lo pregunté y me contestaron que esa era la tumba del último enterrador.
III
No tengo manera de conciliar razonablemente el sueño por las noches. No caigo en brazos de Morfeo hasta que se anuncia el alba y claro, esta no es una manera sensata de vivir. Suena el teléfono y me pilla dormido y perezoso. Y así ando acumulando descortesías e incumplimientos.
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