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domingo, 20 de octubre de 2024

Bucaramanga

 I

Tenían los Pekenikes una canción titulada Tren transoceánico a Bucaramanga que parecía en realidad una de esas canciones que Ennio Morricone componía mientras se duchaba para animar la acción de una película del oeste. Pero yo me quedé con Bucaramanga por lo que este nombre me sugería de exótico, aventurero y extraño. En realidad no me sugería nada concreto sino, más bien, era la inconcreción de la sugerencia, que apuntaba a unas experiencias inéditas, lo que me llamaba la atención. Así que cuando una fundación colombiana me invitó a Bucaramanga a inaugurar un congreso sobre lectoescritura dije inmediatamente que sí. Bucaramanga, al fin, estaba a mi alcance.

II

Si eran altas las expectativas, más alta fue la decepción. Fue la ciudad, que quede claro, la que no correspondió a mis esperanzas, porque la gente las sobrepasó: resultó acogedora y entrañable y hasta tuve la inmensa suerte de encontrarme con los amigos de una escuela de Cúcuta a los que dedicó en parte mi libro Prohibido repetir, que hicieron seis horas de coche por aquellas carreteras infernales para poder darme un abrazo. Ese abrazo ha sido de lo mejorico del viaje. Su calor no se desvanecerá fácilmente.

III

Como la ciudad no nos ofrecía perspectivas halagüeñas, mi mujer y yo decidimos adentrarnos por un camino que parecía conducir a la selva, esperando que la naturaleza nos recompensara del desconsuelo urbano. Y por allí nos fuimos, siguiendo un sendero estrecho bordeado de la fogosa y frondosa vegetación tropical. 

IV

Estábamos tan a gusto sintiéndonos, al fin, un poco aventureros, acogidos con los brazos abiertos por la Madre Naturaleza, que nos llevamos una decepción terrible cuando descubrimos que el camino conducía a este lugar:

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