lunes, 2 de enero de 2023

El amparo de la sombra

Mediodía de un domingo luminoso de marzo, en Puebla, México. De más allá de las jacarandas en flor del Paseo Bravo —que aquí se conocen como pasión de Cristo, por florecer en Cuaresma— me reclama el tañido de una campana. En este paseo hubo una vez un monumento —un hito de la memoria— a un distinguido insurgente, «benemérito de la patria», pero ahora sólo queda una inscripción en la que se lee: «A su memoria, en este mismo lugar, se le erigió un monumento, que desapareció con el tiempo».

Hace un calor pesado y agotador. Hay demasiada luz y el exceso de luz también ciega. Decido seguir el sonido de las campanas, en busca de la penumbra reconfortante de una iglesia. Llego así hasta la iglesia de San Agustín. En el umbral me encuentro con un cartel en el que está escrito el siguiente texto del santo de Hipona: «Aquí me tienes, Señor. Yo soy aquel esclavo que escapó de su amo y buscó el amparo de las sombras».

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