Ayer, día de San Francisco de Sales y, por ello, de la educación, me entrevistó un periodista navarro para un medio de Navarra. Recordándole que este santo es también el patrón de los periodistas, le pregunté si conocía la influencia que tuvo sobre él el franciscano navarro fray Diego de Estella, nacido en 1525. La cuestión se acabó pronto porque no sabía quién era el estellés, aunque sí me dijo que Navarra había tenido importantes filósofos. No lo culpo por ello, son estos tiempos de desmemorias.
La obra de fray Diego de Estella que mayor influencia tuvo en San Francisco de Sales fue la titulada Meditaciones devotísimas del Amor de Dios, donde nuestro gran humanista, siguiendo fielmente la tradición de su orden, parece estar rememorando el Banquete de Platón cuando escribe: “Dios ha de ser amado por ser sumamente hermoso… La hermosura de las criaturas pequeñas es transitoria, momentánea y perecedera. Hoy es fresca como la flor del campo; y mañana está marchita. La hermosura de las criaturas, falta y dexa de ser al mejor tiempo; más la hermosura del Criador, para siempre permanece y está con él”.
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