Antes, las revoluciones las dirigían revolucionarios profesionales que hacían de la conspiración y la clandestinidad un modo de vida. Ahora se hacen con el móvil en la mano y no hay revolucionario de bolsillo que no quiera ver su foto en las redes sociales asaltando el despacho de la Pelosi (que a mí me parece una Trump de izquierdas).
Más allá de lo obviamente condenable, hay algo profundamente ingenuo en esos seguidores de Trump -perroflautas maveriks- que iban dejando huellas inconfundibles de sí mismos por el Capitolio; ingenuidad que se vuelve dramática cuando Trump los condena intentando salvar su propio pellejo de la inevitable quema.
Resalto otro punto: la prisa que han tenido los populistas de izquierdas para decir que ellos no son así. Es decir, que ante la posibilidad de verse a sí mismos retrospectivamente entre los asaltantes del Capitolio, se han dado una prisa inusitada en cerrar los ojos. Ya se sabe que el pueblo cuando en vez de manifestarse como clase se manifiesta como nación, es de ultraderecha.
Trump se ha hecho un flaco favor a sí mismo y ha hecho un flaquísimo favor a su partido, al que ha dejado calcinado.
Imagino que no es lo mismo un revolucionario en Venezuela contra el chavismo, que en EEUU protrumpismo.
ResponderEliminarNo creo que haya sido idea suya. Un beso
ResponderEliminarLeí una vez (pudiera ser en algún escrito de Chesterton) que las revoluciones son consecuencia de una extrema lentitud en los cambios sociales.
ResponderEliminarSegún esto, la revolución sólo sería un mecanismo para acelerar, de manera caótica y brutal eso sí, el progreso necesario.
Deberíamos plantearnos, quizás con cierto temor, si el presente realmente está evolucionando al ritmo adecuado.