Demócrito, el filósofo risueño, se estaba muriendo, carcomido irremediablemente por la vejez. Tenía -dicen- ciento nueve años.
Su hermana no paraba de llorar. Le dolía el inminente desenlace, pero aún más le dolía su inoportunidad, porque parecía evidente que tendría lugar en pleno festival de las Tesmoforias y no podría participar en los rituales secretos que celebraban las mujeres en honor de la diosa Deméter.
Demócrito, entendiendo su dolor, le pidió que diariamente le trajera hasta su lecho varios panes recién hechos y se los pusiera junto a la cabeza, porque disfrutando de su aroma podría entretener a la muerte, aunque ya rondaba su cama. Y así fue. Durante los tres días que duraban las fiestas ancló su vida al olor del pan recién hecho y al cuarto, finalmente, soltó amarras y murió en paz.
Cuenta Diógenes Laercio que su entierro corrió a cargo de la ciudad.
Si dicen que los niños vienen con un pan debajo del brazo, a este hombre se lo llevaron con otros tantos en la cabeza jjjj
ResponderEliminarA partir de ahora me acostaré con un pan bajo la almohada.
ResponderEliminarPero que sea recién hecho.
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