Imposible librarme de la imagen de la mujer adúltera del Evangelio de San Juan 8, 1-11. Creía haberla dejado atrás y se me aparece en el momento menos pensado sorprendiéndome con alguna voz nueva que no sé de qué fondo de mí ha salido. Esta mañana he visto a la mujer adúltera más que como la mujer denunciada por la Ley como la mujer avergonzada públicamente y, en este sentido, como la mujer que padece. La mujer que padece o sufre comparte el centro de la escena con la mujer que no ha hecho lo que debía. Pero Jesús ve a la primera y los gramáticos a la segunda. De esta manera tiene lugar su individuación ante la Ley y ante Jesús. He visto claro que la individuación que hace posible el "debe" de la ley no tiene nada que ver con la que hace posible el sufrimiento reconocido por un ajeno. De hecho el sufrimiento de la mujer es invisible para la ley. Jesús, sin embargo, lo que parece ver es exclusivamente ese sufrimiento. La escena nos muestra la colisión entre la imagen de la mujer (¿y de mí mismo?) que interesa a la ley y la que interesa a Jesús. Y de nuevo aparece la vorágine.
Sí, el adulterio que le interesa a Jesús, el adulterio contra el que carga, es de otra clase.
ResponderEliminarNo es asunto de alcoba, aunque a muchos, como entonces, parezca ser lo único que les preocupa.