Manuel Álvarez Bravo, Una escalera grande, 1930
En realidad Maquiavelo fue un plagiario. Un plagiario genial que compartió el destino de los plagiarios geniales: dar un perfil histórico a sus plagiados. Maquiavelo fue Maquiavelo porque antes de él hubo otros muchos maquiavelos, cosa que sabemos gracias a Maquiavelo, claro.
El predecesor más claro de Maquiavelo es Polieno, un retor y abogado macedonio de mediados del siglo II después de Cristo que compuso en Roma sus ocho libros titulados Stratagemata, dedicados a Marco Aurelio y Lucio Vero.
Las Stratagemata son una historia del cinismo, que es esa naturaleza agreste que nos aflora a los hombres cuando nos alejamos de la ironía de la cultura. "Señores de este mundo -les dice en resumen Polieno a los poderosos-, los amanuenses de la historia están a vuestro servicio, como lo han estado siempre. Quien pierde, no tiene quien defienda sus razones. Las razones del que triunfa son las razones de los hechos consumados. El origen, en política, siempre debe ser adornado para hacerlo soportable. Lo primero es ganar, lo segundo, la cosmética".
Polieno presenta un amplísimo repertorio de triunfadores políticos que supieron poner al servicio de su causa todo cuanto tenían a su disposición, sin hacer ascos a ningún subterfugio o estratagema. Licurgo, por ejemplo, no hubiese podido dotar a sus leyes de la autoridad requerida si no hubiese podido ganar la complicidad de la Pitia de Delfos. Gracias a la aureola divina conseguida de manera fraudulenta, los espartanos dispusieron de leyes que les permitieron vencer a Atenas. La fe siempre mueve montañas. Los que pierden, nos viene a decir Polieno, son siempre los ateos.
Los creyentes, en política, son los que presentan a los dioses, de manera verosímil, como sus aliados. Y políticamente todos los pueblos son piadosos. Un pueblo impío es una contradicción de términos. Por eso el gran político es el que sabe presentarse ante su pueblo como el sumo sacerdote. Lo que ningún pueblo soporta es a monaguillos oficiando la Misa Mayor el día de las fiestas patronales.
"Hay dos pueblos entre los tracios, llamados cerrenios y borcobienos. Entre ellos era norma legal tener por jefes a sacerdotes de Júpiter. Su sacerdote y, por consiguiente, su jefe, era Codingas. Pero los tracios se mostraban reacios a obedecerle. Cosingas construyó un gran número de escaleras de madera y las unió entre sí. Decía que pretendía subir al cielo y quejarse ante Juno de la desobediencia de los tracios. Esas gentes, verdaderamente tracios, es decir, bestias sin espíritu, tuvieron miedo de que su jefe ejecutara su plan. Le pidieron perdón y le juraron obediencia en todo".
Acabo de leer esta reseña: http://www.bmcreview.org/2011/11/20111144.html
ResponderEliminaren parte lo que discute se me escapa, pero es bien interesante lo que he creído entender.
Muchas gracias, Ángel. Es una fortuna tener cerca a personas como tú.
ResponderEliminarPlatón, evidentemente, no se acaba nunca, porque situándonos en la posición de su filosofía siempre encontramos perspectivas interesantes sobre el presente. Ahora que andamos a tientas buscando una salida de la postmodernidad, Platón vuelve a presentarse ante nosotros como un post-post-moderno.