Cuanto más viejo me hago, más se reducen mis lecturas filosóficas a una relectura de Platón. Creo que hay razones de sobra para ello, pero hoy les voy a proporcionar a ustedes un motivo melancólico que espero que obtenga al menos su caridad lectora. No me atrevería, en este caso, a solicitar, además, su aquiescente comprensión.
El motivo al que me refiero se encuentra en una de las páginas más emotivas de las Leyes de Platón (930e-932b) y trata del honor de cuidar a nuestros ancianos (930e-932b).
Nadie -comienza diciendo Platón- con un poco de sentido común nos aconsejaría nunca que nos desentendiéramos de nuestros padres, porque son imágenes vivas de los dioses.
Hay dioses visibles (el sol, la luna, las estrellas) y dioses invisibles. A estos último les erigimos estatuas como si fueran sus imágenes y creemos que al venerar a esos objetos carentes de vida, predisponemos a nuestro favor a los dioses vivos. Pero cuando uno tiene en su casa "como un tesoro inmóvil y abatido por la edad" a su padre o a su madre, no debería creer que una estatua sin vida tiene más valor que ellos a los ojos de los dioses.
La mitología griega recoge abundantes ejemplos de maldiciones paternas que se cumplen a rajatabla, porque la peor maldición es la que lanza un padre contra su hijo. "Pero si es preciso admitir como una cosa natural que los dioses acceden a las súplicas de un padre gravemente ofendido por su hijo, habrá que reconocer que se mostrarán mucho más predispuestos a escuchar sus agradecimientos y bendiciones".
Por esta razón no se puede tener en casa una imagen más valiosa a los ojos de los dioses que la de un padre o una madre ancianos. No hay mejores intercesores a los ojos de los dioses.
Conclusión: "para el hombre bueno es una suerte que vivan sus antepasados cargados de años hasta los últimos límites de la existencia y un motivo de amarga nostalgia que desaparezcan jóvenes".
Conclusión de la conclusión: Ahora sólo me falta convencer a mis hijos de que tengo línea directa con Dios.
Porque, ¿se quiere a un padre? ¿No de deja,
ResponderEliminarcomo tú me dejaste, con dureza en el rostro,
yéndose de sus manos vacías e impotentes?
¿No se guarda en silencio su palabra marchita
en libros anticuados que se leen pocas veces?
¿No se empieza a fluir, cual de una divisoria,
desde su corazón, hacia el gozo y la pena?
¿No nos resulta el padre aquello que antes era:
los años ya pasados, extraños al pensarlos,
gestos envejecidos, ropas muertas,
manos marchitas, pelo sin color?
Y aunque para su tiempo fuera un héroe,
él es la hoja que cae cuando crecemos.
Su cuidado nos es como una pesadilla,
y nos suena su voz como la de una piedra;
querríamos ser sumisos a lo que nos expresa,
mas solamente a medias oímos sus palabras.
El gran drama que existe entre él y nosotros,
tan fuertemente suena que no nos entendemos;
tan sólo divisamos las formas de su boca,
de las que caen las sílabas, que luego se disipan.]
Así estamos más lejos de él que lo lejano,
aunque aún, el amor amplio, nos entreteje;
y sólo cuando debe morir en esta estrella
podemos ver que en ella había vivido.
Rilke, "El libro de horas".
Aunque el drama, que cuenta Rilke, me parece cierto, no deja, el padre, de ser aquello sagrado que reconocemos cuando ya no es, cuando es invisible.
A pesar de encontrarse en las antípodas geográficas, puede servir como ejemplo la manera que tienen los indígenas de Rapa Nui de definir a sus moais. Dicen que son "Aringa Ora O Et Tupuna": el rostro vivo de sus ancestros. Allí, como en tantas partes donde todavía no se impuso del todo la "civilización", la gerontocracia está todavía vigente.
ResponderEliminarHoy los dioses de Platón, están amordazados y calzan botas de destrucción. Bonito poema. Un saludo
ResponderEliminarno soy capaz de exigir algo así de mis alumnos; sin embargo, no estaría mal, por una vez, que al entrar en clase se me tratara como a un dios, uno menor, muy pequeñito, un pequeño diosecito al que se le atiende y se le respeta mínimamente...
ResponderEliminarY sin embargo, durante un tiempo de su vida nos ven como dioses. Después nos empeñamos en que nos reduzcan a una fraternal humanidad.
ResponderEliminarY yo que mientra le leía a usted, no quería evitar leer de reojo: parents too busy.
ResponderEliminarSuerte que en la familia no se aplican principios meritocráticos, que si no...
Lola: Aquí tienes todo mi silencio cómplice:
ResponderEliminarToni: Había un profesor (notable) de filosofía en la UB que sostenía que visto que la información se almacenaba en el cerebro, debíamos comernos, al menos, el de los difuntos notables. Yo pensaba al verlo en el banquete de Trimalción...
ResponderEliminarLasafor: Los dioses nunca mueren del todo, aunque a veces se vayan no sabemos a dónde.
ResponderEliminarJosé: me temo que para ser tratados como dioses no nos queda más que una alternativa: tener un perro.
ResponderEliminarLuis: Si... recuerdo perfectamente el día que mi hijo, siendo aún un crío, me dijo con un tono del que no estaba ausente un deje de melancolía: "Me acuerdo de cuando creía que tú lo sabías todo".
ResponderEliminarClaudio: En este apunte no valía mirar para la realidad.
ResponderEliminarDon Gregorio, ¿ que pretende decir cuando dice que tiene linea directa con Dios? Espero que sea una broma.
ResponderEliminarEl signo de estos nuestros tiempos va en sentido totalmente inverso, és el culto a "lo joven". Vaya perogrullada que he dicho! Para arreglarlo: me acuerdo ahora de una cita de Schopenhauer, creo, que decia que la juventud es el principal culpable de los males del mundo. Luego leí a otro que decía que los jóvenes maduran, però viene otra generación de insensata juventud y vuelta a empezar la rueda. Decir eso es jugarsela :)
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