Aquel momento en que Adán y Eva, aún con un trozo de manzana en la boca, bajaron la vista, se miraron a sí mismos y sintieron por primera vez vergüenza, comenzaron a ser seres humanos.
Quizás la cualidad más básica del hombre, aquella que sustenta cualquier otra, sea su sensibilidad para la autodecepción.
Todos participamos de esta protovirtud en mayor o menor grado porque todos podemos desdoblarnos en observadores melancólicos de lo que desgraciadamente hemos llegado a ser.
En la experiencia de la autodecepción, somos a la vez el verdugo y la víctima.
El hombre es el animal capaz de autodecepcionarse.
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