En el Fedón, Platón narra las últimas horas de vida de Sócrates, que estuvieron dedicadas a discutir en la cárcel con sus amigos, mientras el verdugo preparaba la cicuta, sobre la inmortalidad del alma. Tras los argumentos de unos y los contra-argumentos de otros el debate llega a un momento crítico en el que nadie sabe muy bien en qué creer. En esta situación tiene lugar esta conversación entre Sócrates y Fedón:
SÓCRATES: Mañana, Fedón, quizás te cortes esta hermosa cabellera en señal de duelo.
FEDÓN: Es probable.
SÓCRATES: No, si crees en lo que digo.
FEDÓN: ¿Y qué dices?
SÓCRATES: Que será hoy mismo cuando tú y yo nos cortemos el pelo si el razonamiento se nos muere y no lo podemos revivir. Al menos yo, si el argumento se me escapara de las manos, me obligaría por juramento, como los argivos, a no llevar el pelo largo, hasta vencer las alegaciones de Simmias y de Cebes.
Detengámonos en esta referencia a los argivos, que guarda una lección de vida y de política muy adecuada para estos tiempos. La encontramos desarrollada en el libro primero de la Historia de Herodoto.
Los lacedemonios y los argivos se disputaban el territorio de Thyrea. Como no llegaban a ningún acuerdo, dispusieron que peleasen trescientos hombres de cada parte y que los vencedores se quedasen con la tierra en litigio. Mientras tuviera lugar la batalla, cada ejército se retiraría a su campamento, para evitar la la tentación de ayudar a los suyos. Al caer la noche se interrumpió el combate. De los seiscientos combatientes, sólo quedaban con vida tres, dos argivos y un lacedemonio. Los dos argivos, creyéndose vencedores, fueron a comunicar su victoria a los suyos. El lacedemonio en lugar de retirarse, se dedicó a despojar de sus armas a los argivos muertos, y tras llevarlas a su campamento, volvió al campo de batalla y se quedó allí guardando su puesto. Al día siguiente se presentaron los dos ejércitos para decidir de quién era la victoria. Los argivos decían que suya, puesto que habían quedado dos de los suyos con vida; pero los lacedemonios sostenían que los argivos habían huido y que su guerrero había despojado a los enemigos muertos y había guardado su puesto. Como no se ponían de acuerdo, vinieron a las manos, y tras una sangrienta batalla los lacedemonios se proclamaron vencedores. Entonces los argivos, que hasta aquel día se dejaban crecer el pelo, se lo cortaron, y establecieron una ley que prohibía a los hombres llevar pelo largo y a las mujeres lucir joyas de oro hasta recobrar Thyrea.
¿Logra, finalmente, Sócrates demostrar la inmortalidad del alma? Hay división de opiniones entre los expertos. Pero hay unanimidad en aceptar que vivió su vida hasta el final de la manera que a él le gustaba vivirla, buscando la verdad. Y para dejar claro que esta, exactamente, es su herencia, Platón aconseja al lector: "No hagas caso de Sócrates, sino de la verdad."
Hago caso a Sócrates. ¡Qué desastre!
ResponderEliminarGrande... gracias!
ResponderEliminarHace tiempo que creo que la causa del descrédito actual de la filosofía no se debe a las razones que se dan usualmente, sino a su abandono de la búsqueda de la verdad, e incluso de la creencia de que tal cosa exista
ResponderEliminarEfectivamente: o la filosofía es el intento de sustituir la opinión por la verdad o es literatura.
ResponderEliminarBorges, que no creía en nada, hizo literatura genial sobre la teología y la filosofia, y creo que escribió que eran, para él, partes de la literatura.
EliminarUn libro que sin duda le interesará, y que está todavía calentito y en las prensas:
Philosophy Between the Lines: The Lost History of Esoteric Writing, de Arthur M. Melzer
http://www.amazon.com/Philosophy-Between-Lines-History-Esoteric/dp/022617509X/ref=pd_sim_b_2?ie=UTF8&refRID=1V4GYE8TEGGWH4Q7YJX9
Efectivamente se puede hacer muy buena literatura filosófica. Pero una cosa es tener ideas filosóficas y otra muy diferente tener un sistema filosófico (o saber por qué no se puede tener, que viene a ser lo mismo). Gracias por la información sobre el libro.
EliminarAlgo así dice Julien Benda, si no recuerdo mal.
ResponderEliminarManuel, un saludo caluroso... y con Murcia en el corazón, claro. Yo he leído apasionadamente al clérigo Benda.
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