En las últimas dos semanas he experimentado dos éxitos que me han dejado ligeramente melancólico. ¡Uno es así! He dado dos conferencias en dos centros de enseñanza que, si quieren, podemos considerar elitistas, en el sentido que apuestan decididamente por la calidad escolar. En los dos me pidieron que hablase a los alumnos de segundo de bachillerato de algo que pudiera presentarles un reto, sin complacencias. He de decirles que sólo acudo a los centros que me proponen cosas de este tipo. Cuando me sugieren que hable de algo asequible, que no sea muy complicado, les respondo que llamen a un payaso. Un día publicaré un listado de centros, tanto de secundaria como universitarios, que me piden exactamente eso: un entretenimiento intelectualoide para los alumnos (por cierto, estoy preparando una conferencia para el Colegio de Doctores y Licenciados titulada "Contra el humanismo blando", de la que ya les daré noticia en su momento).
A lo que iba. En el primer centro hablé de Paul Ludwig Landsberg, el introductor del personalismo cristiano en Cataluña; en el segundo (más de doscientos alumnos), de la República de Platón. En los dos me explayé durante más de tres cuartos de hora sin preocuparme de trivializar el tema para hacerlo asequible a mentes perezosas. Las preguntas que me dirigieron después testimoniaron que el ejercicio había dado un buen resultado.
O sea, que me sentía bien por lo que hace a las conferencias; pero ligeramente deprimido pensando que no me atrevería a hacer nada semejante en la mayoría de centros públicos.
Hablando de la República les dije a los jóvenes que tenía delante que no se puede entender a Platón si no se tiene bien claro lo que hacemos cuando bebemos un vaso de agua. Inmediatamente se creó un silencio expectante. La clave para entender a Platón reside, a mi parecer, en la comprensión del concepto de deficiencia o carencia (que es la explicación no mítica de la reminiscencia). Somos seres deficientes que buscan calmar la inquietud de sus carencias. Pero cada intento que hacemos en esta dirección no hace sino situarnos ante nuevas formas de deficiencia. Lo específico de las cosas humanas es que no nos conformamos con constatar ineficientemente que nos falta algo, sino que buscamos qué es eso que pudiera colmar nuestro deseo y cuando lo hallamos tendemos a habituarnos a la satisfacción que nos produce. Pero en la carencia no se encuentra la forma de la satisfacción, sino un anhelo difuso. El bebé sabe que está incómodo y su incomodidad le lleva a buscar algo que lo calme. A diferencia del bebé, el adolescente moderno ya no tiene meramente sed, sino que tiene sed de, por ejemplo, Coca-cola. La Coca-cola es la respuesta cultural a la demanda de sed transformada en hábito que consigue dar un sentido preciso al deseo. En esto, exactamente, consiste la educación: en ofrecer formas culturales precisas y habituales al deseo que garanticen la satisfacción de las demandas originalmente informes. Por eso me parece tan ridícula la pedagogía de la expresión que da por supuesto que todo deseo infantil es bueno en sí mismo y, en consecuencia, respetable.
Educar es formar la atención y el apetito. Un colegio elitista es el que tiene éxito en esta empresa.
A propósito de humanismo.
ResponderEliminarhttp://www.canal-u.tv/video/universite_de_tous_les_savoirs/un_humanisme_est_il_encore_possible_remi_brague.4111
Señor Luri, según el profesor Argullol "Platón se equivoca en la República ante la necesidad de cada persona desempeñe un papel en la vida, porque el "yo" no es una identidad sino una multiplicidad". Y estoy de acuerdo con el profesor Argullol, porque mi "yo identitario" es considerado por muchos como un fracaso, pero, he estado en tantas situaciones que ¡ incluso usted !, casi podría ni imaginárselo.
ResponderEliminarQue el yo es una multitud lo sabía muy bien San Agustín, bastante antes que Argullol. Y eso no le impedía ser platónico. Para Platón se trata se saber donde está la salud si en la multitud realizada como cacofonia (poikilía, diría él) o en la multitud realizada como armonía. Y si es armonía tiene forma y límite y, por lo tanto es algo: es la coca-cola, vaya.
ResponderEliminarnecesito tiempo para entenderlo, mientras tanto, mi afecto por el profesor Argullol es grande (afecto=seguidor de...)
EliminarEs algo trivial, y marginal, pero siempre he considerado que el llanto de los bebés se debe a la incomodidad de habitar su cuerpo, como si su desarrollo mental fuera a diferente ritmo del físico y no soportaran las limitaciones que éste le impone. La próxima vez que tenga ocasión de meter el comentario, lo completaré esta explicación platónica tan convincente. Acaso las criaturas más embraciladas sean las futuras aspirantes al conformismo social y la dependencia de los poderes públicos.
ResponderEliminarDoctor,
ResponderEliminarHay un asunto sobre el cual hubiera querido insistir: es el de la relevancia de la cosa sobre la cual operan sus inyecciones; esta especie de languidecimiento esencial de mi ser, esta disminución de mi estiaje mental, que no quiere decir, como podría creerse, un rebajamiento cualquiera de mi moralidad (de mi alma moral) o ni siquiera de mi inteligencia, sino más bien de mi intelectualidad servible, de mis recursos razonantes, y que se relaciona más con el sentimiento que tengo yo mismo de mí mismo yo, que con lo que pongo de manifiesto a los demás de él.
Esta vitrificación sorda y polimorfa del pensamiento que en cierto momento elige su forma. Hay una vitrificación inmediata y llana del yo en el centro de todas las posibles formas, de todos los modos posibles del pensamiento.
Y, señor Doctor, ahora que usted está bien enterado de lo que puede ser alcanzado en mí (y curado por las drogas), de la zona de conflicto de mi vida, espero que sabrá suministrarme la cantidad suficiente de líquidos sutiles, de reactores especiosos, de morfina mental, capaces de
sobreponer mi abatimiento, de enderezar lo que cae, de juntar lo que está separado, de reparar lo que está destruido.
Le saluda mi pensamiento
Antonin Artaud
de "L'Omblic des limbes"