jueves, 15 de noviembre de 2012

La sorpresa de lo humano


A Caridad Mercader la literatura la ha tratado muy mal. Con frecuencia se la describe como una arpía sin alma, un ser al que la entrega absoluta a la causa ha acabado transformando en un monstruo. Se ha dicho que era una ninfómana y que, por ejemplo, por su cama pasó el Comité Central al completo del Partido Comunista Francés, gracias a lo cual necesitaba una noche entera para rememorar las excentricidades eróticas de cada uno de sus miembros (con perdón). Pero también que era frígida y que su marido para excitarla la paseaba por los burdeles barceloneses (cosa difícil de creer). Que era drogadicta, que había sido mística, que fue la responsable de la muerte de uno de sus hijos en el frente, que abandonó a otro en la URSS, que en Rusia dejó de creer en la causa del comunismo, que...

Así que al encontrarme con dos docenas de documentos inéditos sobre ella ya me imaginaba que podía dar con cualquier cosa.

Y, sin embargo no ha sido así. No ha sido cualquier cosa lo que he hallado, sino una carta recibida por Caridad a principios de enero de 1937, pocos días después de volver de un viaje a México, que ha roto por completo mis prejuicios sobre esta mujer (lo cual no significa que la haga una santa). Está firmada por un mexicano, probablemente cantante y, sin duda, un importante militante del PCM. En su rúbrica creo leer un "Pancho".

Comienza con un “Mi querida muchacha"que me ha desarmado, porque Caridad no era exactamente una criatura. Viaja a México con 44 años y en las fotos que conservamos de su estancia en este país se la ve decidida, como siempre, desfilando con su mono y sus correajes de miliciana, pero cansada. Ahora bien, Pancho ha visto en ella algo que había sido completamente incapaz de ver yo: “Quisiera poder tenerte cerca -le escribe- para desquitarme personalmente con toda mi furia de mexicano". Tras hacer referencia a asuntos diversos, añade: "la próxima vez que yo te vea (espero será en Barcelona), vas a tener que aguantar todo mi enojo, en desquite, me enseñarás todo lo que haya que verse en esa hermosa y grande tierra catalana y me dejarás ir al frente aunque sea una vez, y aguantarás todos los abrazos que a mi se me ocurra darte".

He abandonado la lectura de la carta en este punto para venir a contaros mi descubrimiento de un ser humano. No un ser humano bueno, sino de un ser humano. Y eso siempre pone las cosas más interesantes, pero más difíciles.

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