Una madre a una maestra que le había puesto un 5 a su hijo: "Le estás destruyendo la autoestima". Respuesta de la maestra: "Su hijo es capaz de hacerlo mejor. Yo no estoy aquí para hacer que se sienta mejor, sino para que lo haga mejor".
¡Mira que se han hecho bobadas en nombre de la autoestima! En un distrito escolar de Massachusetts los niños saltan a la cuerda sin cuerda en la clase de gimnasia, para evitar humillar a los patosos que se tropiezan cada dos por tres. Ya sabemos que el lápiz rojo está muy mal visto y el profesor que lo utiliza para subrayar los errores del alumno es un desalmado. Sabemos igualmente que los premios en las competiciones hay que dárselos a todos, porque todos ganan cuando participan. A más de un profesor he oído decir eso tan terrible de "si hay que aprobarlo, lo apruebo, ya se encargará la vida de suspenderlo".
Desde que Nathaniel Braen publicó La psicología de la autoestima, en 1969, el fracaso está oficialmente prohibido en la escuela. Los alumnos, sin embargo, saben muy bien distinguir entre una nota ganada y una nota regalada; entre un elogio sincero y un elogio hipócrita, entre su situación real y su situación académica.
Viene esta reflexión a cuento de un libro que estoy leyendo, Educar hoy, de Po Bronson y Ashley Merryman, que se atreve -¡ya era hora- a poner en cuestión los efectos terapéuticos del elogio indiscriminado. Comenzamos a disponer de abundantes investigaciones que muestran que el niño acostumbrado a escuchar de los adultos lo listo que es, fácilmente se convierte en un niño cobarde, con miedo al fracaso y una obsesión enfermiza por no defraudar las desmedidas esperanzas que los adultos han depositado en él.
Podemos -y debemos- elogiar la capacidad de trabajo de un niño, o su capacidad de concentración, o su voluntad de sobreponerse a la frustración, o la fuerza que pone de manifiesto para diferir una gratificación... siempre y cuando haya motivos para ello, pero elogiar "lo listo que es mi niño" de manera indiscriminada, no le hace ningún bien. El elogio, para ser eficaz ha de ser específico y sincero.
El psicólogo Wulf-Uwe Meyer ha descubierto que los niños de 12 años saben perfectamente que recibir un elogio de un profesor no significa necesariamente que hayan hecho las cosas bien, sino que, con frecuencia, significa lo contrario. Han comprendido perfectamente que los que reciben más elogios son los que se quedan más atrás. La mayor parte de los adolescentes se toman los elogios del profesor como una crítica.
Hoy sabemos que poseer una alta autoestima no mejora los resultados de los alumnos, ni disminuye su consumo de drogas, ni reduce sus manifestaciones de violencia. De hecho abundan las personas agresivas con una alta opinión de sí mismas y los alumnos con un 3 en un examen que acuden enfurecidos al profesor a reclamar un aprobado.
En definitiva: Cada día tengo más claro que nuestra pedagogía no puede progresar adecuadamente -lo que en este caso significa: darse cuenta de la realidad de las cosas- si previamente no desmonta su herencia sesentayochista... a lo que, ciertamente, no parece muy dispuesta.