Poco más de 24 horas en Pamplona, pero muy bien empleadas. Exprimidas, incluso. Llegué el lunes a la hora de la comida y volví el martes después de comer. Me recibió y me despidió una ciudad fría, encogida y cubierta por un mil hojas de nubes con toodos los tonos del gris. El sol era un supuesto metafísico, "epekeina tes ousías", y la luz un intangible, por lo frágil. ¡Pero qué verde, el verde de mi tierra y qué alegre el despuntar de la primavera! ¡Y qué generosísimo derroche de cordialidad y eficiencia por parte de todo el mundo!
Iba a eso que algunos llaman, pomposamente, "trabajar" y que en realidad fue una continua tertulia entre amigos en la UNAV. ¡Qué lujo andar discutiendo sobre el debate público en España con gente tan lista y tan acogedora como Daniel Capó, Armando Zerolo, Pablo de Lora, Juan Claudio de Ramón, Helena Herrero-Beaumont, Enrique García-Máiquez, Aurora Nacarino-Brabo, Juan Meseguer, José María Torralba, Ricardo Calleja, Alberto Nahum, María Guibert y Santiago Fernández-Gubieda.
¡Y qué alegría, volver a encontrarme con el sabio bueno Ricardo Piñero, al que en cuanto se descuida le aletean las alas, que me regaló tres libros con estas dedicatorias enlazadas: (1) "Querido Gregorio: te dedico esta 'Trilogía de la prudencia'... porque tu amistad me acogió con dulzura", (2) "porque tu palabra siempre es el eco de lo hermoso, que es lo auténtico..." y (3) "porque siempre es un placer compartir los sueños con otros aventureros de la verdad, el bien y la belleza". Obviamente traigo aquí estas palabras como homenaje a su generosidad... un tanto desmedida.
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