Estos días de finales de invierno son siempre revoltosos. Al invierno le gusta despedirse con algún portazo. Es su naturaleza desabrida. Más de una vez, cuando creemos que ya se ha ido, regresa súbitamente con una nevada y arroja sobre nosotros el frío que se ahorró en enero. Durante el fin de semana nos ha regalado un epílogo de nubes densas y bajas, lloviznas caprichosas, intérvalos de chaparrones furiosos y unas esporádicas ráfagas de viento que, tal como ahora mismo estoy viendo, parecen empeñadas en arrancar de sus pinzas las ropas puestas a secar y convertirla en cometas del caos. Pero el espectáculo verdadero está en el mar, en esas olas blanquísimas que rompen en espumas dehiscentes, en ese horizonte remoto que se diluye en el cielo, en esos grises plateados que las olas le arrancan al agua. Son días estos para mirar por la ventana, con la nariz pegada al cristal, observando embobado lo indefinido y perdiéndose en vaguedades mientras el cristal se va empañando con tu aliento. En ese gesto vuelve también un poco el niño que fui, que sale de su escondite a acompañarme un rato.
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lunes, 14 de marzo de 2022
El invierno se va despidiendo
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Perillán
I Contestándole un mensaje a Jorge Freire me emerge espontáneamente de no sé donde, pero directo y contundente, el adjetivo "perillán&...
Un tiempo muy inspirador. Un beso
ResponderEliminarEs el mito del eterno retorno, ver la lluvia tras los cristales es una experiencia que todo niño ha realizado alguna vez y que volverá a revivir de forma recurrente a lo largo de su vida.
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