El humanismo sólo es útil a quien está dispuesto a combatir la vulgaridad que lleva adherida al alma. Es decir, a quien se preocupa por visualizar la mejor versión de sí mismo. El humanismo no se conforma con entender la democracia como una universal aspiración a la igualdad y propugna una igual aspiración a la excelencia.
La idea de que todo cambia y que, en consecuencia, nuestra concepción de la buena educación también debe cambiar, es un prejuicio antihumanista que da por cierto que la excelencia humana es un asunto de temporada y que existen diferencias irreconciliables entre los hombres. De hecho, la mitificación del cambio ha venido acompañada de la mitificación de la heterogeneidad de lo humano, que postula que puesto que los individuos son diferentes, han de ser educados de manera diferente, olvidando que si bien todos somos, ciertamente, diversos, es porque todos somos hombres. Una república es una proyecto educativo común. Por eso Montesquieu pudo decir que si el principio de la aristocracia es el honor, y el principio de la tiranía es el miedo, el principio de la democracia es la educación común.
Lo civilización es frágil y vulnerable, como el siglo XX se ha encargado de demostrarnos. Nadie nace civilizado. Civilizar significa educar la atención y el apetito. El humanismo tiene por misión ofrecer a los hombres motivos nobles en los que fijar su atención y a los que dirigir su apetito. Sabe –y sólo lo sabe él- que la respuesta a lo que es el hombre no se encuentra en los huesos de Atapuerca, sino en la aspiración del hombre a alcanzar la mejor versión de sí mismo. Por eso es esencial ofrecer a los jóvenes motivos de estudio que trasciendan los huesos de Atapuerca.
Sólo puede considerarse educado el hombre capaz de entender la gran conversación que mantienen entre sí los grandes hombres de nuestra cultura. La cultura occidental es esa conversación que se inició en la aurora de Grecia. No se encuentra en ningún libro, ni en ningún reclinatorio. No hay ningún libro indiscutible en Occidente. Lo único sagrado es el diálogo. Por eso privar a los jóvenes de la posibilidad de acceder a la gran conversación es hacerlos extranjeros de su propia cultura. Para acceder a ella hay que aprender a leer, escribir, hablar, escuchar, comprender y pensar. Y cada una de estas cosas puede muy bien, por sí misma, constituir la tarea de una vida. Si leer a los clásicos se ha vuelto difícil, la culpa no la tienen los clásicos. Nuestras dificultades no nos conceden ningún privilegio.
Plas, plas, plas.
ResponderEliminarUn escrito realmente sugerente, aunque me atrevo a añadir un matiz que si bien puede estar implícito no está de más subrayar. Como señaló Habermas, para que haya diágolo debe existir pretensión de verdad. Se habla o comunica en la medida en que existe dicho presupuesto de veracidad. Por tanto la conversación de los grandes hombres de nuestra cultura no puede ser escéptica (al menos como meta), sino desveladora de la verdad (alétheia).
En otras palabras, la esencia del Occidente no es la negación del acceso a la verdad, sino el inagotable afán por descubrirla. Que un libro no sea "indiscutible" no debiera significar que carece de valor, sino que se puede discutir o dialogar en torno a lo que propone.
Y ahora perdón por este último párrafo que me atrevo a añadir aparentemente saliéndome del tema, aunque si se rasca un poco se verá que no. A Julián Marías no le gustaba sostener la existencia de Dios en las pruebas clásicas (Dios es la Verdad por antonomasia) porque decía que a Dios no se lo demuestra, sino que se le encuentra.
Totalmente de acuerdo con los matices. Ya sabe usted que en un artículo periodístico o te cabe la tesis o el matiz. Pero ambas cosas es difícil. Eso sólo lo sabe hacer el maestro Qintano, que es capaz de convertir el matiz en tesis. Efectivamente, el diálogo entre los grandes hombres está orientado hacia la verdad. Pero yo aquí utilizaría un término platónico. Yo diría que el participa como oyente en ese diálogo no ha de ser ni escéptico ni dogmático, sino zetético, porque quizás lo que objetivamente pueda mostrarnos el diálogo entre los grandes no sea tanto el edificio culminado de la verdad bien redonda, como la persistencia de una serie de grandes problemas que quizás constituyan el horizonte natural del hombre. Y no sería parca la ganancia. En esto consistiría la conquista de la docta ignorancia. Que ningún libro sea indiscutible quiere decir que puede ser discutido. Más aún, que ha de ser discutido para apropiarnos de su contenido tal y como el autor lo entendía. Respecto a Dios y Marías, pues claro: la zétesis.
Eliminarhttp://www.8tv.cat/8aldia/equip-reporters/una-pedagogia-diferent/
ResponderEliminar¿qué opina de la pedagogía Waldorf?
¿considera a Rudolf Steiner un anithumanista?
¿qué diferencia el humanismo malo de Steiner de su buen humanismo?
Agradezco su futura respuesta,
Sra.Teria
No tendría inconveniente en darle una respuesta si entendiera su pregunta.
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