jueves, 3 de marzo de 2011

Belchite








Llegué a Belchite a primera hora de la tarde, proveniente de Cariñena, llevando en el maletero dos cajas de vino y diversos quesos. Poco después de aparcar comenzó a lloviznar. Soplaba un viento extraño que parecía circular a su antojo por entre las ruinas y desde alguna casa medio derruida dos perros no paraban de ladrar. El pueblo se está desmoronando sobre sus propia triste historia. Quizás tiene que ser así y haya que olvidar la historia para tener presente. Paseé en solitario por sus calles sin poder desprenderme de una sensación de irrealidad. Belchite parecía un decorado abandonado. O quizás es que oculta su tragedia a los ojos del turista apresurado. Aquí murió un hermano de mi padre y aquí luchó mi suegro. Mi padre reconoció a su hermano por las botas, que sobresalían de la nieve. Observar la tragedia es como observar el deseo. Hay demasiada distancia en los ojos del observador para comprender nada. Me encuentro con alguna pintada antifascista. Mal lugar éste para andarse con proclamas. En una guerra civil no hay patriotas, decía el viejo Platón de Las Leyes. Pero hay algunos más derrotados que otros, de la misma manera que algunos son más vencedores que otros. Lloviznea con más fuerza y el viento se ha hecho más frío. Oigo el motor de un coche en la lejanía. Aquí, me digo, no pinto nada y vuelvo sobre mis pasos con una cierta mala conciencia. El cielo se ha encapotado y unas nubes cargadas de amenazas se ciernen sobre el pueblo. Coloco mi abrigo  de manera que pueda proteger un poco las dos cajas de vino de los embates del viaje y pongo el coche en marcha. Enciendo la calefacción. Tenía intención de ver también los restos del campo de concentración que guardó a los republicanos que levantaron el pueblo nuevo de Belchite, pero ya no tengo ganas. Dejo atrás las ruinas del antiguo seminario, y mientras el Belchite viejo se empequeñece en el retrovisor enciendo la radio. La novedad  del noticiario es el olvido. Los muertos, inevitablemente, entierran a sus muertos.

2 comentarios:

  1. Por si le interesa.

    http://www.nytimes.com/2011/03/01/health/01brody.html?_r=1&src=me&ref=homepage

    ResponderEliminar
  2. Un lugar sobrecogedor.
    Por si en otro momento le apetece y no lo conoce o tiene ya, aquí puede ver el catálogo del delicado trabajo de Humberto Rivas sobre los restos de la guerra en esos espacios, incluído Belchite, "Huellas":
    http://www20.gencat.cat/docs/CulturaDepartament/DGCC/Temes/Activitats%20Culturals%20Municipals/Arts%20Visuals/cataleg_humberto_complet.pdf

    ResponderEliminar

La Isla de Siltolá

 I Finalmente, después de varios intentos fallidos, el mensajero nos ha encontrado en casa y me ha entregado los ejemplares de Una triste bú...