Tiene razón mi hijo, tengo este café abandonado. No es que me haya cansado de este vicio virtual que anda entre el placer solitario y el solidario, es que la vida se me ha alborotado de mala manera. Mi casa sigue en obras. No se preocupen, me guardo mis lágrimas para mi. Pero sigue en obras y no veo yo que pueda aposentarme entre mis cosas y hábitos por ahora. Por otra parte tengo bastante trabajo, que he de llevar adelante sin poder consultar mis libros. Y además está el huerto, que ya les dije que me había hecho hortelano. De hecho en cuanto tengo un ratico libre me escapo para el huerto y me siento a ver cómo crecen los tomates. Obviamente no los veo crecer, porque los tomates, como las lechugas o los nietos, sólo crecen cuando no los miras (que por eso mismo intento no quitarle ojo a mi nieto), pero es consolador comprobar que hay cosas que siguen su curso normal, el de siempre, y que lo hacen a su ritmo propio.
Son las dos menos diez de la mañana y yo pensaba hablarles de mi veneración por los amantes feos que se aman sin vergüenza a plena luz, quizás con mayores premuras que el resto de amantes, pero eso sólo vuelve a poner de manifiesto que el amor de ciego, nada; no hay fuerza más clarividente. Pensaba hablarles de esto pero les he hablado de lo otro, que es una manera de pedir disculpas.
Hasta la próxima.
Por entradas como esta te echamos de menos. A ver si se acaban por fin las obras.
ResponderEliminarSe te echa de menos, Gregorio.
ResponderEliminarAbrazos,
Diego
Obras son amores... ¡menos las domésticas! ¡Ah, las cosas nuestras! Unamuno decía que somos nosotros los poseídos por ellas, y no le faltaba razón. ¿Cómo orientarse sin el espacio propio que nos recuerda que casi vale tanto el ser como el estar o que el primero apenas es sin el segundo? Se me ocurrió para un relato reducirlo a la descripción de la mesa del creador, cosa por cosa, sin dejar ni una, ¡cuánto acabaría sabiendo el lector sobre el personaje!
ResponderEliminarYa lo dijo el embaucador González en sus mejores días: Nadie quiere que hagan obras cerca de él, pero luego todos están contentísimos de que se hayan hecho y se haya mejorado el espacio común.
¿No estará, usted, insinuando que nos abandona por tomates, lechugas y cebollas? Sería cruel.
ResponderEliminarPor cierto, un abuelo cuidando un huerto, se lo digo por experiencia, queda condenado a ser el futuro paraíso perdido. Nada ha igualado a los tomates que me daba de comer el mío, cogiéndolos del arbusto y limpiándolos en su brazo. El olor, el sabor...
Don Ángel: Hay situaciones en que se necesita mucha fortaleza de ánimo para mantenerse esperanzado.
ResponderEliminarGraciaS-
Don Diego: Que me diga eso usted casi me ruboriza. Un abrazo.
ResponderEliminarJuan: El hábito de las pequeñas cosas... que tampoco son tan pequeñas, porque son detalles de una biografía... si, todo eso nos posee como un estado de ánimo.
ResponderEliminarLola: A Dios pongo por testigo que mientras haya dos tomates en el huerto puede usted contar con uno. El otro, obviamente, se lo reservo en exclusiva a mi nieto.
ResponderEliminarah los lechuguinos...
ResponderEliminarDon Pedro el Cruel: Por la presente le comunico oficialmente que se acaba de quedar usted sin tomates de Ocata.
ResponderEliminar¿No le cabe un chamizo en el huerto? Yo empecé con obras en casa, duraron un año y a punto estuve de perder el alma.
ResponderEliminarClaro que siendo navarro debe tener usted otro temple.
Don Claudio: Los navarros estamos preparados para sobrellevar todo, excepto la cotidianidad rebelde. Lo del chamizo...
ResponderEliminarmolts ànims en tot el que està fent. què bons els tomàquets..
ResponderEliminar