Buscar este blog
sábado, 26 de diciembre de 2009
La casa de la pradera
Los moralistas no están de moda. Ni la moral. Hoy la moral se desprecia por ñoña. Nos gusta más hablar de valores. La ventaja es que todos nos sabemos portadores de valores. Nadie carece de ellos. Ni una banda de corruptos. El problema no es que los demás carezcan de valores, sino que sus valores no nos gustan. El problema de los valores es el de nuestros valores. En un debate en el que asistí no hace mucho dos eminentes filósofos que me acompañaban defendían sin sonrojo la necesidad de una moral mínima. La moral mínima ya existe, es la ley. Pero la moral no puede ser cosa de mínimos. O es una aspiración a máximos (a la mejor versión de nosotros mismos) o si es una falta de aspiración (no cometer delitos) es otra cosa. Todas estas ideas me venían asaltando ayer mientras veía "La casa de la pradera". Espero que me perdonen, pero cada día que pasa me siento más comprometido con la defensa de la ingenuidad. Decía que hoy los moralistas no son de fiar. Hasta las películas en las que ganan los buenos nos parecen fáciles, maniqueas. Esta temporada moral se llevan más en los cines los finales ambiguos: los canallas honestos, los polis corruptos, los políticos sinceros. Nadie tiene que ser ni muy bueno ni muy malo, que eso no se estila. Por la pasarela moral lo que desfila entre aplausos es la complejidad y la confusión. El sujeto se gusta entreverado, uno y varios a la vez, cada uno con sus propias circunstancias, esperando el momento oportuno que venga a salvar cada una de ellas. En conclusión todos estamos confusos y, por lo tanto, todos somos inocentes, porque la confusión ante la realidad nos dicen que es la manera más correcta de describirla. Y a mí me gustaba la ingenuidad de "La casa de la pradera". Todo sucedía cuando tenía que suceder y los buenos triunfaban ante cada dificultad. Le decimos al moralista: "Tú para juzgarme deberías conocerme mejor de lo que yo me conozco a mi mismo". Y añadimos como estocada argumental: "Y yo no me conozco a mí mismo". Pero el moralista puede ignorar cómo somos y sin embargo intuir mejor que nosotros lo que podemos llegar a ser. La clave de la moralidad, a poco que nos estimemos, no puede hallarse en la disposición a asumir valores mínimos. Esta falacia de moda deja las llaves de la moralidad en las manos del más laxo y nos empuja a todos a una competición por la tolerancia que acaba amparando a los dispuestos a dinamitarla. La clave de la moralidad reside en la posibilidad de dejarnos guiar por la versión más alta de nosotros mismos. Esta posibilidad es el reto, la meta y el premio de la moralidad. Y para establecerla debemos comenzar a recuperar la ingenuidad perdida e ir colocando cada cosa en su sitio, aquí el bien y aquí el mal. Me parece. Y dejemos a los valores en paz.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Vehemencia
I Tras tres días sin poder separarme de Benjamin Labatut y su Maniac , pero ya he cerrado la última página. Y como suele ocurrir cuando has...
Ay, don Gregorio, soy bastante más joven que usted pero no sé porqué, en sus reflexiones encuentro más luz, más calor, que en muchos otros mensajes que dominan en este mundo relativista y desorientado.
ResponderEliminarPensando en mis hijos pequeños, por qué deben de renunciar a la "versión más alta de ellos mismos"? La única duda, el gran reto: saber encontrar el punto medio, la mesura, el equilibrio, la templanza en todo este proceso... Creo que es el reto de todos si queremos no caer en errores que muchos han utilizado para justificar el relativismo "absoluto" de lo que llamamos "postmodernidad"...
Espero que se recupere bien de su laberintitis, ánimo para empezar el 2010!
"...recuperar la ingenuidad perdida..."
ResponderEliminar¿Alguna vez tuvimos o ganamos esa ingenuidad? ¿Eso no es Rousseau?
Si Ud. llega a la conclusión de la liquidación de valores viendo La casa de la pradera otros lo hacen leyendo a LaRochefoucauld o a Vauvenargues.
Cuando empiece con Médico de familia, la de Milikito, cuéntenoslo también.
Ramón: Gracias. Sigue haciendo de las suyas, la laberintitis. Quizás hay que pasar por la experiencia del vértigo para ser consciente de la necesidad de los puntos de apoyo.
ResponderEliminarPues ya ve usted, don Napoleón, también me gustaba Médico de familia, lo cual no quiere decir que haya coleccionado los capítulos de la serie. Le añado que gustaba más Emilio Aragón en el papel de médico de familia que en el de ejecutivo de la sexta, aunque tengo que reconocerle que sigo "Bones".
ResponderEliminarSea usted magnánimo con mis debilidades, don Napoleón.
A mí la que me gustaba de verdad era Corrupción en Miami. No se puede negar que el vicio, la violencia y el petardeo en general tiene (¡y tendrán!) su parte numinosa.
ResponderEliminarAntes había que condenar a los malos como fuese, se habían cambiado finales, incluso, para que resultasen castigados como merecían y, como suele pasar, nos hemos pasado al otro lado, a 'l'indret fosc' de la ambigüedad y la tolerancia generalizada, de otro modo, como usted bien explica, todo parece pueril. No sé si cuando se pierde la inocencia se vuelve a recuperar...
ResponderEliminarJúlia: Me temo que no, de la misma manera que es difícil recuperar la religión de nuestros padres. Pero se puede decidir por que lado se apuesta, si por el lado oscuro de la fuerza o el luminoso.
ResponderEliminarRecuerde, Don Gregorio, a Guide cuando aseguraba que con buenos sentimientos no se hace buena literatura. ¿No es bello el Calabacillas? ¿No es hermoso y terrible un aquelarre de Goya? ¿No lo es, insisto, el vértigo furioso de la Metrópolis de Grosz? La moral es una figura geométrica, una imposibilidad, a menudo una justificación. Está seca. ¿Cómo no apreciar el vigor que late tras la traición, la ira, el orgullo o la incontinencia? La Casa de la Pradera soleó algunas mañanas de mi niñez, pero mi imaginario han ayudado a dibujarlo la astucia mendaz de Ulises, la crueldad de César, la lujuria de Las Mil y una Noches, la zorrería de Don Pablos, la avaricia del señor Grandet, la ambición de Julián Sorel, la vileza de John Silver, la corrupción de Dorian Gray y la soberbia criminal de Roskolnikov. O, si hablamos de un mismo arte, la ferocidad de Tony Soprano o la carne viva de Baltimore en The Wire.
ResponderEliminarEl arte se alimenta de lo que es, no, o no sólo, o no principalmente, de lo que queremos creer que queremos que sea. No rechazamos a los justos, simplemente no los valoramos porque sabemos que, como los cuadrados, son fáciles de dibujar y tediosamente iguales unos a otros.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarDemo: ¡No sabe hasta qué punto me parece importante lo que dice! Yo añadiría a su lista, por cuestiones meramente biográficas, a Iván Illich. ¿Recuerda usted? Llega un momento en que uno quieres sentir a su lado la reconfortante sensación de la fidelidad sincera y, si quiere, ingenua, esa cosa tan poco literaria. Es tan poco literaria que no la puede educar la literatura contemporánea. Pero si suponemos -permítame este suponer- que es necesaria, ¿quién o qué puede educarnos en el mantenimiento de la fidelidad a la palabra dada?
ResponderEliminarPlatón expulsó de la ciudad a los grandes poetas, nosotros a los granes moralistas. ¿Somos superiores a Platón?
¿Es un pecado preferir moralmente Clint Eastwood a Tarantino?
Ustedes perdonarán. Son las 7:34 y me pueden los anacolutos.
ResponderEliminarLa posición más ingenua de todas: creer que uno habita, sin perder la compostura, en ese mundo oscuro tan fértil para el arte.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo: yo tampoco quiero vivir más allá del bien y el mal.
ResponderEliminar"La moral mínima ya existe, es la ley."
Esta situación, ¿no es la que en otro tiempo se llamaba fariseísmo?
Me puse a hacer un comentario a esta entrada y se me alargó tanto que pensé que podía convertilo en una entrada del mío. Ya me dirás aquí o allí qué te parece.
ResponderEliminarhttp://quienbusca.blogspot.com/2009/12/g.html
Lola o la precisión de la palabra exacta.
ResponderEliminarGracias.
Claudio: Es que vivimos un cierto fariseísmo. Nos gustan las complejidades estéticas y buscamos paraísos (narcóticos, consumistas, religiosos...).
ResponderEliminarLe aseguro que respeto extraordinariamente al nihilista coherente... mejor dicho, estoy dispuesto a venerarlo el día que lo conozca.
El que busca: Gracias.
ResponderEliminarEstimado Gregorio:
ResponderEliminarMenudo tema espinoso ha abordado. Durante toda la lectura, una palabra y las funestas consecuencias de su mal uso no dejaba de rondarme y al final de su escrito, he aquí que también usted la ataca, la tolerancia, que ampara precisamente a los dispuestos a dinamitarla. Pero, ¿cómo saber si realmente situamos el bien en el bien y el mal en el mal? tal vez haya que arriesgarse antes de que "la banalidad del mal" nos ahogue.
Un abrazo, con mis mejores deseos para estos días y para los que vendrán.
¿La moral de Clint, Gregorio? ¿Cuál? ¿La del asesino William Munny? ¿La del bandolero Joe? ¿La del violento mercenario Blondie? ¿La del brutal Harry Callahan? ¿La del adúltero Robert Kinkaid? ¿O la del racista, blasfemo y mal padre Walt Kowalski? Todos ellos son personajes memorables, todos han sido alguna vez detestables.
ResponderEliminarEl arte no es ciencia, ni lo pretende. El arte no procura encontrar buenas respuestas a buenas preguntas. Quizá pueda ayudar a ello, pero no es ése su objetivo. El arte es vivir de nuevo una vida ajena para vivir más plenamente, no necesariamente mejor ni peor, la propia.
No seré yo el que reniegue de valores que acepto y respeto, pero sí diré que pueden ser transmitidos, o no, a través de la descripción de los hombres tal y como son: leales o traidores, firmes o cobardes, justos o viles, violentos o mansos, y todo eso a la vez.
Por otro lado creo que minusvaloráis mucho los valores cívicos que recogen las leyes en las sociedades democráticas. No es tan fácil ser un buen ciudadano, y a menudo no lo somos, a pesar de que las leyes tratan de ser un mínimo común denominador que procure la convivencia, no el perfeccionamiento personal. Y es que el acatamiento y seguimiento de un código moral lo creo una lucha subjetiva, personal, intransferible, que sólo se ve limitada precisamente por las leyes que defienden el espacio de perfeccionamiento o envilecimiento personal de los demás. No podemos pedir nada más, ni nada menos, que nuestro prójimo sea eso: buen ciudadano.
Bel: Es tan espinoso que uno puede acabar hecho trizas si intenta meterse en él, pero es el tema de nuestro tiempo. Si la cultura ha dejado de ser una fuerza humanizadora, porque está por encima del bien y del mal, entonces la Ilustración ha fracasado. ¿Y entonces? Pues podemos declarar como dogma de fe laico la bondad natural del ser humano y echarnos a dormir, o nos atrevemos a mirar de frente al nihilismo.
ResponderEliminarUn terrorista es un personaje mucho más literario que un aburrido padre de familia, no por eso tiene más valor.
Muy buen comentario, Gregorio. Y también estoy de acuerdo con su respuesta a Lola: "Lola o la precisión de la palabra exacta." Lola, gracias por la limpia incisión; ¡cuánta razón tienes!
ResponderEliminarAcerca de su pregunta sobre Eastwood versus Tarantino, permítame reportar eso que leía ayer de Cristopher Vogler (El viaje del escritor) a propósito de Pulp Fiction, una película que me fascinó pero cuya fascinación también me ha inquietado siempre un poco (bueno, no tanto porque creo haberla "racionalizado" debidamente):
"A pesar del tono relativista de la película, sus creadores parecen abrazar un punto de vista moral definido. Se sientan en el trono de dios y deciden el castigo mortal que merece Vincent [el personaje de Travolta], que ofende el código moral de la película, y premian a Jules y a Buch [Jackson y Willis] con la vida por haber tomado las decisiones éticas adecuadas acordes con el esquema de la historia. Bajo este punto de vista y a pesar de la aparicencia de ser escasamente convencionales, los directores adoptan [el director, sería más correcto] una actitud tradicional que observa un código moral tan estricto como el de las películas de John Ford o Alfred Hitchcock..."
Curioso, porque creo que casa bastante con mi percepción de Pulp Fiction (no así de otras películas de Tarantino). La violencia de la película, con ser intensa, siempre me ha parecido menos gratuita de lo que es (parece) en realidad.
Saludos.
Demo
ResponderEliminar1. Permítame mantener mi alabanza de Clint (a quien por cierto considero uno de los más grandes de la historia del cine) en el lugar donde yo la he planteado.
2. ¿El arte? En mi humilde opinión ha sido otro más de los intentos del hombre por olvidar la naturaleza. Resalto el pasado.
3. Los hombres no son, nativamente, más que posibilidades de ser. De ahí la importancia de los modelos de emulación que propongamos.
4. Yo no minusvaloro, en absoluto, los valores cívicos. Me considero un republicano (en el sentido más literal del término). De hecho no acabo de entender por qué mantenemos casi clandestinamente soldados en diversos conflictos del mundo mientras publicitamos continuamente la vida y milagros de los "famosos". Una sociedad comienza a estar enferma cuando considera más digna de emulación a Belén Esteban que a un soldado que se está jugando la vida por defenderla.
5. Respecto a las leyes de las sociedades democráticas, me parece que tienen poco valor ejemplarizador. Todo lo que no prohiben, lo permiten.
6. Demonios, su final, ese "no podemos pedir nada más, ni nada menos, que nuestro prójimo sea eso: buen ciudadano", ¿no me dirá que no es digno de La casa de la pradera?
Teresa: Le confesaré un secreto: A mi me gusta Tarantino.
ResponderEliminarPero me gusta más Clint Eastwood.
A mi también, Gregorio.
ResponderEliminarNo sé si me siento a la altura ni intelectual ni cinematográfica de la discusión, pero verán... ya que estamos en ello...
ResponderEliminarHablan de Eastwood vs Tarantino. Pues a mí me gustó la "Perdita Durango" de Álex de la Iglesia, pero les diré la razón: fue la primera vez que pude entender EL MAL, encarnado en Romeo Dolorosa.
Pues desde mi punto de vista, Romeo Dolorosa tiene valores. Los suyos, claro...
Los valores de una persona no son sino aquellos aspectos de la vida que son valiosos para ella ¿no? Me refiero a que es un "valor" lo que hace que una persona "se mueva", "se active"... y no lo es lo que hace que simplemente permanezca al margen. Cuando las situaciones se llevan al límite, los valores (si lo son) trasducen en comportamientos.
Pero nadie ha dicho que no se puedan tener valores malignos o reprobables.
Por eso la moral y los valores no es evidente que tengan que estar correlacionados: la distinción entre el bien y el mal no siempre le importa mucho a un esquema de valores. El mal puede ser consciente de serlo.
No sé si posicionarme sobre "La Casa de la Pradera". Siempre me repelió un poco su final a moralina aun siendo aún niño. Pero creo que la moral debe estar muy presente en la educación más primaria, porque en la clara distinción entre el bien y el mal radica la futura capacidad de disfrutar del último... sin caer en él.
Saludos a todos. Un disfrute de conversación.
Jesús: El gran Platón ya dijo en La República que hasta un grupo de bandidos necesita creer en valores para mantenerse unido. Recuerdo perfectamente a un adolescente, dependiente entonces del Tribunal Tutelar de Menores, que me contó con todo detalle y lleno de admiración filial como su padre le había enseñado "el oficio" de desvalijar casas ajenas.
ResponderEliminarRespecto a La Casa de la Pradera, creo que podríamos estar de acuerdo en que con frecuencia se les iba la mano a los guionistas con el almíbar. Pero comparada con la cutrez de los grandes hermanos, casi me parece cine de arte y ensayo.
Una cosa más, don Jesús: Como he aprendido en su blog, la agitación del ánimo combate la complacencia. Y en eso ando empeñado.
ResponderEliminarPues le veo bien, le veo bien en el empeño...
ResponderEliminarMuy interesante, Don Gregorio. En efecto, lo que se estila ahora es el no mojarse, no comprometerse y disfrutar de uno mismo, entendiendo ese "uno mismo" el de los vicios, las manías y las neuras. Enamorados de nuestras "pequeñas cosas" nos olvidamos de intentar hacer nada grande, claro, que el mundo es tan complejo que es de ingenuos intentar hacer algo que escapa tanto a nuestro control. Por mi parte, no obstante, no estimo tanto esa ingenuidad sino el simple decir "coño, no podemos admirar todos los vicios y manías de Belén Esteban... ¡ni todo lo mejor que pueda ser Belén Esteban tampoco!"
ResponderEliminarNo sé si viene muy al caso (en este café nunca sé si he entendido bien al encargado), pero leí recientemente un librito de Alain Finkielkraut llamado "La derrota del pensamiento" que viene a decir cosas que creo tienen bastante relación con esto, sería un: no hemos sido derrotados por el horror (el totalitarismo) sino por la estupidez y la indolencia.
Saludos
Don Fritz: Así como en algunos sitios (al menos en los mercados catalanes) tienen una imagen de San Pancracio con una ramita de perejil, en este café tengo al lado de la cafetera, en la hornacina del santoral, a San Finkielkraut (entre otros). En lugar de perejil le pongo un poco de tila.
ResponderEliminarRespecto a si me entiende o no, puede estar seguro que el culpable soy yo, por esta manía mía de preferir inmiscuirme en los sitios por el ojo de la cerradura en lugar de abrir las puertas de par en par.
Pero es que esta manía forma parte de mi manera de entender la filosofía: no agostar con una respuesta que nadie te pide lo que puede darse a pensar. Cosa distinta es si lo consigo o no.
Por supuesto que lo complejo no es garantía de verdad. Es una máxima que deberíamos enmarcar en nuestras frentes cada vez que decimos algo. Andamos necesitados de simplificar las cosas, advertidos como estábamos que en su superficie podemos encontrar algunas respuestas. ¿Pero cómo se logra en este contexto particular de batiburrillo intelectual? Porque sospecho que hasta la ingenuidad ya ha sido convenientemente cartografiada…
ResponderEliminarJ. Sora: Mi sospecha es que una cierta dosis de ingenuidad es imprescindible para la salud anímica. Y esto debería tenerlo especialmente claro el filósofo.
ResponderEliminar