I
Paseo en solitario por Medina de Rioseco a primera hora de la tarde, en el silencio denso de las calles desiertas. Las ciudades castellanas siempre sorprenden porque están empapadas de una historia más grande que su presente. Hay en ellas como una desavenencia entre lo actual y lo inactual. Vienen de un tiempo en que tuvo razón de ser su manera de ser y ahora su manera de ser es un reclamo turístico y, por lo tanto, una autopsia de la piedra. La historia es impía porque salta por encima de sí misma e intentando sobrevivir se traiciona.
II
Naturam expellas furca. Tamen usque recurret.
III
Castilla, a mi manera de ver, no es la amplitud de los campos mesetarios, es la pequeñez de esa amplitud bajo un cielo cercano, de nubes omnipotentes y compactas que dan una singular movilidad al paisaje. Castilla es la síntesis entre la horizontalidad y la verticalidad, es decir, entre la historia y la naturaleza. Siempre estuvieron aquí esos cielos y esos campos tan verdes como cabal medida del pasar de lo humano.
IV
Tengo el hotel en Valladolid, a donde llego muy cansado. Como me resisto a meterme en la cama a las 8 de la tarde, decido dar un paseo por la Plaza Mayor y comer un bocadillo. Entro en un bar. Un bocadillo de serrano y una cerveza puede estar bien. Y sentarme en la terreza a contemlar el show transeúnte.
- Perdone que le moleste... -me dice un hombre que ha entrado detrás de mí- ¿Es usted Gregorio Luri?
- Lo soy.
- Permítame que le invite.
Dicen que los castellanos son adustos y ariscos. Yo no he conocido ninguno que responda a ese esquema.
V
Me llama mi mujer y me dice que en El Masnou no para de llover y que hay goteras en el cuarto de baño. El desperfecto es la manera que tiene la naturaleza de vengarse de la historia, de esa ilusión de permanencia que es toda caída en el tiempo, toda biografía.