El lunes y el martes he andado de presentaciones. El lunes presentamos en el Colegio de Doctores y Licenciados el número 200 de la revista Valors. Una inmensa alegría encontrarme con viejos amigos a los que no veía desde antes de la pandemia. Creo que nos lo pasamos bien. Debatí con Begoña Román sobre cuestiones del presente moderados por Jordi Sacristán y después me fui con el gran Miquel Seguró Mendlewicz a cenar. ¡Qué bien se está con la gente que quieres! Discutimos sobre la filosofía política de Suárez y nos quedamos tan a gusto.
Ayer Sergio Vila-San Juan, al que tanto admiro, me invitó a comer al Círculo Ecuestre, hablamos de la correspondencia entre Felipe IV y sor María de Ágreda y de mil cosas más. A las 19:00 tocaba presentación del último libro de Santi Vila.
Hace unos años estaba yo sentado a una mesa en la ceremonia de entrega de los premios Planeta y a mi izquierda había una silla libre. Poco después de comenzar a cenar apareció, presuroso, Santi Vila. Al hombre se le veía muy tocado. Solo lo había visto una vez, cuando los dos presentamos un libro de nuestro común amigo Jordi Amat. No sabía muy bien de qué podíamos hablar, así que tanteé el recurrso de un libro de Pla, su Cambó, que me parece un libro profético. Aquello tuvo un efecto balsámico. Él no se lo había leído, yo le recomendé encarecidamente su lectura, él se lo leyó, le sentó como una medicina salutífera y, a consecuencia de aquello vino la invitación para esta presentación. Había mucha gente importante, desde Mas a Collboni pero yo me enamoré de la madre de Santi Vila por razones que no hace falta decir aquí. Me sorprendió muy gratamente la libertad de palabra de Vila y llegué a la conclusión que hay político para rato.
Cambó es un gran escritor, he leído algunos libros pero siempre traducidos. Cuando me he enfrascado en leer libros en catalán tardo el doble porque además de diccionario voy subvocalizando como un niño pequeño, matizando sus vocales abiertas, las V y las B y regodeándome en sus pronombres débiles tan cercanos y tan ajenos a mi; por lo que aunque disfruto el lector imperfecto y presuroso que soy se impacienta y los libros terminan relegados al rincón del olvido como amores de juventud no correspondidos. En todo caso, incluso traducido tiene un efecto balsámico, lúcido. Una vez ayudé a intentar crear una editorial, me formé en la Ley de propiedad intelectual, pateé el registro para saber el cómo, y me informe sobre el dichoso ISBN,(saberes hoy olvidados ya) lamentablemente el promotor del proyecto me pidió cita. Se sinceró: había sido todo fruto de no tomarse la medicación y alguien (su madre nonagenaria, y por tanto sabia) le habían abierto los ojos. ¿qué cuanto me debia? preguntó, le sonreí: con la ilusión que me habia transmitido en su momento me daba por bien pagado. Un saludo y no se preocupe, el café sigue caliente en esta Ocata virtual.
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