Hay días a los que redime un plato sencillo que sale perfecto, hoy, por ejemplo, un pollo al ajillo. Reconozco que en la cocina (y no digo que sólo en ella) soy un narcisista de mucho cuidado. Disfruto cuando veo a los míos untando pan en la salsa con cara de satisfacción y un ligero apunte de gula en los ojos, o cuando apuran el último trocito que se ha quedado en la cazuela. Resulta que la felicidad puede ser esto: ver desaparecer lo que con cariño y tiempo has cocinado.
Después por la tarde, nos hemos hecho 12 km por las laderas de la sierra de Sant Mateu. Hemos salido a las 6, y aún pegaba el sol con contundencia, pero hacia las 8, a medida que iba bajando, se resaltaban las formas y matices del bosque; una brisa reconfortante llegaba del mar y en las sendas emboscadas, las luces y las sombras creaban escenarios mágicos y frágiles. El esplendor dura poco, pero merece la pena volver a casa con los ojos empapados de su efímera belleza.
Disfruto leyéndote.
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