Hace unos años la Fortuna nos llevó a mi mujer y a mí hasta el hotel Voramar de Benicàssim, donde pasamos tres días inolvidables. En aquel momento yo andaba recopilando material sobre las Brigadas Internacionales y resultó que este hotel había sido un hospital de las Brigadas. Aquí traían a los heridos en el frente de Teruel. Nos gustó mucho la terraza y nos prometimos volver, pero el tiempo iba pasando y el Voramar parecía condenado a incrementar el montón de deseos indefinidamente postergados.
Pero ayer estuve en Castellón. Participaba en un debate, en el hermoso Casino Antiguo, con Ferran Riera, un monstruo de generosidad. Ferran es tan grande que a su lado todos somos enanos y eso está muy bien, porque en lugar de degradarnos, nos impulsa a mirar hacia arriba, hacia lo alto, a donde no llegan las moscas, sino las águilas.
Había dado por supuesto que me alojarían en un hotel de esta ciudad, pero me dijeron que no, que tenía habitación reservada en un hotel de Benicàssim, ciudad a la que iríamos a cenar.
El día en Castellón fue largo y entretenido. La temperatura animaba a pasear perezosa y caprichosamente por la ciudad, siguiendo los caprichos del momento y el azar amigo se encargó del resto: al poco tiempo di con una librería de viejo. En realidad, en Castellón, según pude comprobar después, lo que hay es tiendas de libros de segunda mano. Ya he dicho por aquí que se sabe mucho de una ciudad por lo que revelan de las misma sus libros usados.
Compré un par de libros, debatí con Ferran largo y tendido sobre el alma, la fidelidad y el perdón y a la noche me llevaron a cenar a una casa de Benicàssim. Fue una una cena muy agradable, emotiva, bien surtida de alimentos y relatos, y muy larga.
Cuando me dejaron frente al hotel vi enseguida que se trataba del Voramar. Al llegar a la habitación lo primero que hice fue salir a la terraza y enviarle una foto de la misma a mi mujer, que está en Pamplona. Se oían las olas, pero apenas se intuía el mar.
Después, en la oscuridad de la noche y en la soledad la cama, no podía dejar de pensar en brigadistas.
Esta mañana he saltado de la cama para salir inmediatamente a la terraza. Y allí estaban la brisa marina, la luz, la espuma de las olas.... recomponiendo la imagen que yo guardaba en mi memoria de todo aquello.
Las cosas sólo son cosas si no nos ha pasado nada con ellas, si han sido testigos mudos de una hora anónima de nuestras vidas; pero cuando están cargadas de sentido, son parte de nosotros mismos y al reencontrarte con ellas se despierta nuestra memoria y sientes que algo de ti se expande para abrazarlas y acogerlas. Las cosas también tienen su alma. Se la dimos nosotros cuando fuimos felices a su lado.
Venían a buscarme a las 11:15. He dedicado toda la mañana a esa terraza... y a Pemán, que me lo encontré ayer en la librería de libros de segunda mano de Castellón.
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