Me ve escribiendo en la mesa del café y me pregunta qué estoy haciendo.
- Estoy escribiendo un prólogo.
Le explico qué es un prólogo.
Se queda mirándome, perplejo, y finalmente me dice:
- ¡Con lo que cuesta leer un libro, para que además le pongas prólogos de esos!
Le comento la anécdota a un amigo y cuenta lo que le ocurrió a Haro Técglen. En el transcurso de una mudanza se disculpó por la cantidad de libros que había que trasladar. "Peor usted -le contestaron- que tiene que leerlos".
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ResponderEliminarLo peor en mi caso es preguntarme qué pasará con mis libros cuando yo ya no esté porque probablemente no los quieran ni en las casas de segunda mano. Hay un sitio en Barcelona, frente al Palau de la Música en que venden los libros a peso. Esto sí que me deja patidifuso...
ResponderEliminarSería interesante saber la edad de la persona que le preguntaba, don Gregorio.
ResponderEliminarPor cierto, los libros no los quieren ni en las bibliotecas (da igual que sea el mismísimo Platón en griego [del que no gozan en sus fondos] para una biblioteca universitaria).
Los libros usados se venden en todos los sitios por el papel, para material de reciclaje.