Leo en Le Figaro que, según un sondeo de Ifop-Asterès, más del 80% de los franceses miran al futuro con recelo y, muchos de ellos, directamente con miedo. Tienen la sensación de que lo que les espera en el día de mañana empeorará sus condiciones de vida presentes. Se han vuelto pesimistas y recelosos. Los términos más usuales entre ellos cuando se refieren al futuro son los de "inquietud" e "incertidumbre".
Ni el mañana personal ni el colectivo les parece tranquilizador. El 50% se siente mal preparado para encarar las revoluciones que todo el mundo asegura que se avecinan. Lo curioso es que la mayoría se encuentra satisfecho con sus condiciones de vida presentes, pero no confían, en absoluto, en que perduren. Están convencidos de que perderán poder de compra y de que sus trabajos serán cada vez más precarios. Socialmente ven fracturas...
Este clima pesimista explicaría el incremento de las demandas de protección de los franceses en todos los dominios y su miedo a las reformas.
Únicamente son optimistas con respecto a la tecnología y este me parece a mí el dato más pesimista de todos, porque veo en él una progresión imparable de la decidida entrega del hombre a sus máquinas, rendido ya a aquel complejo de Prometeo del que hablaba Günther Anders. Cuando nos vemos a nosotros mismos como medida de todas las cosas, sentimos miedo. Sin embargo cuando nos vemos medidos por nuestras máquinas, encontramos un consuelo, una esperanza.
Yo hace tiempo que vengo observando en las escuelas españolas esta inquietud ante el porvenir. Estamos educando a los niños en el miedo. Les describimos un futuro ecológico desolador; les insistimos en que no tienen ni idea de cómo serán sus trabajos, pero que, en todo caso, serán inestables y precarios; los empujamos hacia una ética de la indignación y de la náusea, porque nos sentimos incapaces de ofrecerles una ética del apetito. Y lo peor es que hemos introducido la inseguridad y el miedo en su imagen de las relaciones de pareja y, por lo tanto, de la familia, haciéndoles creer que en cada hombre hay un enemigo potencial. Estamos insinuándoles que no encontrarán cobijo alguno para su humanidad.
El incremento de la sensación de desconfianza es, en sí mismo, un factor objetivo de desconfianza, porque quienes pierden seguridad en sí mismos, en sus propias capacidades para encarar los retos futuros, están siempre en peores condiciones de afrontarlos que los que confían en sí mismos. Pero esta es nuestra situación. No sé si no he cargado yo también un poco las tintas, pero, en cualquier caso, me parece urgente modificar el rumbo de nuestra educación y dotar a las nuevas generaciones de un optimismo razonable en sus propias fuerzas.
El futuro no será ni mejor ni peor, simplemente será diferente del nuestro, caldria recordar que cualquier tiempo pasado fue peor. Además, no nos toca construirlo a nosotros sinó a las nuevas generaciones, como ha sido siempre.
ResponderEliminarDicha como de pasada, la expresión "cobijo para su humanidad" me parece de un potencial expresivo maravilloso. Pienso en las "estructures d'acollida" y en el "emparaulament" de que nos habla Lluís Duch, y que tanto dan de si a la hora de pensar sobre estas y otras cuestiones igualmente pertinentes y profundas...
ResponderEliminarHasta el emprobrecimiento de la lengua en la enseñanza actual contribuye a la sensación de desamparo de nuestros jóvenes; porque tal empobrecimiento empequeñece el mundo y lo hace más árido e inhóspito; y porque hace inaccesibles las maravillas que el mundo contiene.
Puesto que no hay solución para un problema mal planteado -o a penas planteado- me temo que no podemos ser muy optimistas al respecto. Pues le puedo asegurar que en los másteres de profesorado de secundaria hasta las palabras "hombre" y "humanidad" han caído bajo sospecha y en el afán de no faltar a nadie faltan hasta las palabras para plantear la cuestión con la que usted hoy nos viene...
El pesimismo de Hobbes se atribuye al miedo que había en su tiempo a una invasión española. Generaciones de estadounidenses vivían con el temor a un ataque nuclear soviético. La población soviética vivía con el temor a que alguien les denunciase por desafección al régimen y acabar en el gulag. Sin guerras ni dictadura tenemos que buscarnos algo.
ResponderEliminarMe viene bien este comentario porque constato que también en España hay una oleada pesimista sobre el futuro, solo conjurada por esta forma de vivir de calle, de tapas y de risas, que a mí me parece endeble, pero bueno. Más pesimista por la situación político económica que padecemos. Y tal vez debido a eso ya estén los comercios y todo lo que hay detrás de mercado empezando a ejercer presión publicitaria sobre la masa con vistas a una Navidad en ciernes. ¿Será que los muy cucos saben que en situación de pesimismos, debilidad psicológica o dudosas perspectivas saludables de los ciudadanos los mensajes publicitarios y la incitación a la compra compensa sus miedos y frustraciones? Supongo que nada nuevo bajo el sol mercantil. Gracias.
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