I
Lo habitual.
Pura mecánica existencial: pasamos agosto quejándonos del verano y en cuanto
asoman las primeras lluvias se apodera de nosotros esa melancolía de domingo
por la tarde. Tanto empeño en cambiar la realidad y lo que realmente nos gustaría
es que la realidad no nos ignore.
II
Una vez oí
a una madre decirle a su hijo -era la estación de Sants-: “¡Que no vuelvas
llorando, te digo! ¡Que me traigas si hace falta su corazón en la mano!” Fue hace tiempo, pero recuerdo con frecuencia la escena. El niño tendría unos 10 años. ¿Se iba o volvía? ¿Era aquel un reencuentro o una despedida?
III
Otra vez entré
en un bar del rabal barcelonés a hacer tiempo para un asunto que no viene a
cuento. Me senté en la barra y pedí una cerveza. Me di cuenta entonces de que
me había sentado entre un borracho y una mujer de peso. El borracho, mirando a
la copa que tenía entre las manos como si fuera una bola de cristal en la que
leía el futuro, le dijo a la mujer: “Oigo desde aquí latir tu corazón. De aquí
a una hora me lo comeré”. La mujer se echó a reír con una carcajada
escandalosa. Yo cogí mi cerveza y me senté en una mesa, junto a la puerta. No era una amenaza, sino una profecía que no parecía desagradar a la mujer. No me pregunten por qué estoy hablando hoy de corazones.
IV
Estoy
empantanado con del libro que tengo entre manos. Demasiadas notas. Es difícil
ordenarlas todas. La primera es una cita de Tocqueville: “El hábito de la
inatención debe ser considerado como el mayor vicio del espíritu democrático”.
V
Ayer llovió. Nos vino encima todo el agua que nos negó el verano. Fui al dentista por la mañana y al peluquero del pueblo por la tarde. Y a medio
día recibí un paquete de Carlos Goñi y Pilar Guembe con una novela de Carlos,
dos botellas de vino y esta camiseta:
El corazón no siempre es un cazador solitario.
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