Imre Kertész escribe en La última posada: “La enfermedad no posee ninguna razón de ser moral (…). Ninguna relación con nuestros actos, ningún nexo con nuestras virtudes o nuestros pecados. No podemos responsabilizarnos de ella, porque no procede de nosotros, sino del descarrilamiento de nuestras células, de modo que la enfermedad nos viene, como suele decirse, pero no es nuestra. Carece de metafísica.”
En este sentido -así lo vio Rosenzweig-, la religión es más sensible al dolor humano que la ética. El dolor de la enfermedad no es una categoría ética, sino su punto límite. La ética permanece impasible ante la enfermedad propia o ajena.
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