Buscar este blog

sábado, 7 de noviembre de 2015

Jordan Raditchkov. Tcherkaski


Jordan Raditchkov ama a las gentes de Tcherkaski como a nosotros nos gustaría que nos amara Dios, cediéndonos el paso, pero evitándonos cualquier tropiezo. Casi como las amaría yo, si fuese Dios. En Tcherkaski viven hombres y verbludos (sobre lo que sean estos últimos hay diferentes versiones poco coincidentes entre sí), zorros que cazan gallinas haciéndose los muertos y un servidor, cuando va de visita. Me han contado que el año pasado un escandinavo se perdió en Tcherkaski. Bajó del coche para fotografiar alguna cosa y ya no volvió. Su mujer, más luminosa que un cuento de Andersen (Señor, ¿dónde encuentran los escandinavos estas mujeres tan hermosas?), comenzó a llorar, mientras los campesinos la rodeaban intentando tranquilizarla. Un guardia forestal -al que su padre le había dejado en herencia una gran casa con una gran chimenea, un lobo y una oveja- se fue a buscar al escandinavo y lo encontró cogiendo coles en un campo. Cuando volvió con él al pueblo, descubrió que todos los hombres habían desaparecido... con la escandinava. Mientras el guardia forestal buscaba a la escandinava y a los hombres, el escandinavo inflaba las ruedas de su coche, que los niños del pueblo, negros como el hollín de tan sucios, le habían desinflado. Cuando un padre tiene la suerte de tener un hijo así de sucio, lo llama "mi pequeño cisne". En Tcherkaski no hay escandinavas, pero sí unas cuantas mujeres malcaradas a las que, desde siempre, se conoce como "filoxeras" y que cuando pelean entre sí se insultan mutuamente llamándose "filoxeras". Tcherkaski está en la ribera derecha del Danubio, que es un río por el que bajan muchas ideas que los europeos tiran al agua, pero ninguna de estas ideas se adapta al clima y latitud de Tcherkaski, posiblemente porque cuando la corriente las arrastra hasta el pueblo o bien están ya muertas o bien ya se han asilvestrado. Durante la noche, si se presta atención, se puede oír desde la cama el chapoteo de las cosas que arrastra el río. Una vez, en invierno, en el pueblo de Bregovo, un vecino descubrió en la nieve las huellas de alguien que para beber agua se había acercado descalzo hasta la fuente que se encuentra en medio de la plaza. Es de mármol y está formada solamente por dos pechos de mujer esculpidos que lanzan cada uno un chorro de agua. Aquel individuo descalzo llegó durante la noche a beber y es posible que hubiera acariciado también los pechos. Cuando los curiosos siguieron las huellas, acabaron en el Danubio. El individuo había salido del río y después regresó para esconderse. En realidad se trataba de un vampiro acuático. Vivía en el río, pero el agua del río no era suficiente para apagar su sed y necesitaba beber de la fuente de mármol. Antes el agua del Danubio era potable. De vez en cuando se veía flotar alguna mina rumana, pero una pequeña mina rumana, ¿qué mal le puede hacer a un río tan grande? Hoy transporta los tristes desechos industriales de Europa y los deposita en el Mar Negro. Así que los turistas centroeuropeos que vienen al Mar Negro con frecuencia se encuentra en la playa uno de sus viejos zapatos.

Debo añadir, porque lo acabo de comprobar, que en las mañanas de los sábados los músicos callejeros de Tcherkaski interpretan a Shestokovich y lo hacen para un perro desganado tumbado al sol y para mí, que sentado en un banco veo crecer mi propia sombra. No se me ocurre nada mejor que hacer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Un amor perdurable a fuerza de no serlo

I En las últimas décadas del siglo XIX vivió en Oviedo un hidalgo llamado don Pepito Alegre, considerado unánimemente como «cumplido caballe...