Las cosas de la educación están así: lo que para unos es maravilloso, para otros es repelentemente cursi. Pero es que, además, est es DAÑINO.
Desde que Nathaniel Braen publicó La psicología de la autoestima (1969),
la frustración ha pasado a ser un mal pedagógico que debe erradicarse de las
aulas. Lo que tiene que hacer el buen maestro es procurar que ningún alumno se frustre
por su culpa o por culpa de las dificultades de la materia. Su principal responsabilidad es conseguir la autoafirmación del alumno.
Pero los alumnos saben muy bien la diferencia que existe entre un elogio ganado
a pulso y un elogio regalado caritativamente y me da la sensación que tampoco
se les escapa que aquel que se traumatiza por minucias acostumbra a ser
patológicamente frágil. El elogio indiscriminado no tiene para ellos ningún valor y pronto le pierden el respeto. Son muchas las investigaciones que nos
muestran que el niño acostumbrado a oír de los adultos lo inteligente que es,
se convierte fácilmente en un adulto cobarde con una obsesión enfermiza por no
defraudar las esperanzas que los demás depositan en él.
El elogio para ser eficaz ha de ser sincero y específico.
Los
niños aprenden pronto que recibir determinados elogio no merecidos puede ser un
motivo de sospecha sobre sus propias capacidades. No deben ser muy altas –se dicen a sí mismos-
si necesitan el amparo de la sobreprotección. No es por ello infrecuente que
algunos adolescentes reaccionen ante un elogio como si hubieran recibido una
crítica injusta.
Ahora bien. Hay facultades de magisterio en que Seligman y su psicología positiva se considera la clave del coaching. ¿Y siendo uno un buen coach, para qué quiere ser un buen maestro?
http://andr0mina.blogspot.com.es/2015/11/llagrimetes.html Un ejemplo del nivel de muchos de los que promueven este discurso. Atención a las palabras destacadas por la maestra "agradecida": energía positiva y niños felices. Sin palabras.
ResponderEliminarLa historia de Martin Seligman y su conversión desde un magnífico psicólogo con su estudio tan influyente sobre la "indefensión aprendida" y su transformación, vía su presidencia de la APA, en un acérrimo defensor, completamente acrítico, de todo tipo de terapias alternativas, estimulando el desarrollo de más trastornos que pasaban a considerarse enfermedades, y su decidida apuesta por el positivismo que conllevó una doble penitencia para el enfermo (muy especial de cáncer), al ser culpable de enfermar (por no ser lo bastante positivo) y volver a ser culpable, en el supuesto caso de una recaída (de nuevo, por no ser tan positivo como su enfermedad demandaba). Decía que la historia, no por pública y conocida, merezca un estudio más concienzudo como azuzador de parlanchines y embaucadores.
ResponderEliminarGracias.
Lo que a mi me deja perplejo es que esto, que es tan fácil de conocer, sea difundido en las facultades de magisterio y en cursos a profesores pagados por los gobiernos. Hay una perversa racionalidad (por llamarla de alguna manera) pedagógica en la que tienen cabida todas las pseudociencias: de la psicología positiva al reiki pasando por los más varipintos neuromitos. Y todo se aplica en las aulas con el beneplácito de la inspección.
ResponderEliminarAquella idea de que los experimentos debían realizarse con gaseosa debería hoy tomar forma en un manifiesto paterno de oposición a la imposición de novedades, por el mero hecho de serlo (y no por su eficacia probada); debería sustanciarse en un motto parecido a: "Con mi hijo, ¡NO!".
ResponderEliminarMe quedo con el motto.
EliminarA la contra de Palmera, quienes afirmaban "devuélveme las llaves de la moto y quédate con todo lo demás". Era 1982.
Eliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=s-gpFmF1EMA
(((Se les consideró un experimento y se difuminaron))).