El 14 de octubre cené con Kim Phuc. Tiene la piel de la cara tan delicada y brillante que me he de resistir al reclamo metafórico del nácar o la porcelana. Cuando se lo digo, se arremanga decidida y pone mi mano sobre su brazo izquierdo. Noto la incomodidad de una piel con una consistencia de cartón piedra y no sé qué decir. Ella me sonríe y me cuenta que vivía en el pueblo de Trang Bang, al norte de Saigón. "Yo no sabía nada de la guerra. Hasta ese momento la herida más seria que había tenido fue en la rodilla, un día que caí de la bicicleta".
El 5 de junio de 1972 se refugió con su familia en el templo de Cao Dai porque su pueblo se había convertido en zona de combate. El día 8 un soldado les dijo que salieran rápidamente porque corrían un gran peligro. Kim oyó, efectivamente, cómo se acercaban los aviones. "Hacían mucho ruido". Comenzaron a caer bombas. "Sentí cuatro explosiones. Bummm. Yo y mis primos salimos corriendo hacia la carretera. De repente me invadió un penetrante olor a gasolina y los gritos de mis primos. «Kim !, Kim!», me llamaban, porque mi ropa había desaparecido y me salían llamas del cuerpo". Dos de sus primos, uno de seis meses y el otro de tres años, murieron abrasados. Ella sufrió quemaduras en el 65% de la piel.
El fotógrafo Nick Út estaba registrando el diluvio de fuego. Él mismo me lo contó al día siguiente. No pensó en posibles supervivientes hasta que de repente se dibujaron las formas borrosas de varias figuras humanas tras la cortina de fuego. Salió corriendo una mujer con un niño en brazos al que le colgaba del talón una tira de su propia piel y "detrás de ella vi un grupo de niños que se acercaban llorando y gritando". Una niña les pasó cerca con la espalda quemada. Instintivamente le vació el agua de la cantimplora sobre las heridas.
En Hanoi, Nick Út encontró en el negativo número siete la imagen de la niña del napalm. Richard Nixon dudó de su autenticidad, pero a Út le dieron el premio Pulitzer.
Cuando su padre le enseñó su foto, Kim se enfadó pensando que todo el mundo la había visto desnuda. Fue lo único que sintió, vergüenza. "¿Qué quieres que sintiera, con nueve años?"
He notado que me cuenta todo esto porque es muy amable, pero de lo que quisiera hablarme es de su hijo Thomas, que se casó en agosto pasado. Entonces me doy cuenta que toda la vida ha estado huyendo de la niña de la fotografía para poder ser quien quiere ser. "La gente se interesa por mi foto, no por mi vida". Con un gesto espontáneo se lleva la mano al cuello y juega durante unos segundos con los símbolos que cuelgan de una cadena: una hoja de arce y un crucifijo. Quiere hablarme de eso, de Canadá, que es el país que lo ha acogido, y lo que ha significado para su vida el encuentro con el Evangelio.
Pero yo no puedo evitar empujar la conversación hacia la foto.
"Pensaba a menudo que nadie me querría nunca, con el cuerpo quemado! Tenía migrañas y dolores y para las autoridades comunistas era sólo la niña del napalm, un motivo para la propaganda".
En 1986 viajó a Cuba a estudiar medicina y conoció al que hoy es su marido, que había sido del Vietcong. "La gente me pregunta aún como me pude enamorar de un comunista, pero yo sólo sabía que estaba enamorada". Se casaron en 1992 y fueron de luna de miel en Moscú.
El avión que los traía de vuelta a Cuba hizo escala en Terranova. Entonces la Kim decidió desertar. Era el 15 de octubre de 1992. Fueron a vivir a Toronto y durante un tiempo consiguió ser una mujer que intentaba organizar su propia vida sin el lastre del pasado. Pero un periodista la localizó y volvió a aparecer en los medios. De nuevo era la niña del napalm. "Me cambié de residencia. Pero no había manera de huir de la foto. No había manera de ser normal ".
En 1996 conoció John Plummer, el piloto del bombardero que lanzó las bombas sobre el templo de Cao Dai. Se abrazaron y lloraron mucho los dos. Al separarse, el piloto confesó que "se había quitado de encima el peso del mundo entero". Entonces la Kim comprendió que si no podía escaparse de la niña del napalm, podía reconciliarse con ella para promover la paz.
Colgué en Facebook la imagen de la niña del napalm. Como era de esperar, recibí muchos comentarios. Uno de ellos fue el de Manuel Periáñez, el hijo de Marina Ginestà, aquella joven miliciana que el 19 de julio del 36 fue fotografiada en la azotea del Hotel Colón. Cuando lean esto estaré en París, hablando con él.
Nota: cené con Manuel y hablamos también de cómo su madre quiso librarse del peso de aquella adolescente de 17 años que las nuevas generaciones parecen haber adoptado como propia.
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