Tiene razón Juan Poz, el apunte anterior sobre la otra corrupción me ha salido straussiano.
Ahora persistiré en el intento.
Ahora persistiré en el intento.
Lo que educa, de verdad de verdad, a las nuevas generaciones no es tanto la familia y la escuela como los modelos sociales que se consideran dignos de emulación. Por eso la Iglesia, que tonta no es (¿era?), además de enseñar el catecismo, se encargaba de mostrar vidas de santos y por eso mismo la escuela republicana francesa (y todas las escuelas que la imitaron de una u otra manera) ponía un gran empeño en mostrar a sus alumnos vidas de franceses ilustres e incluso, en el caso de la lengua, modelos dignos de ser tenidos como referencia. "Describa usted tal cosa imitando el estilo de Balzac". ¡Esto era un examen para bachilleres, y no nuestro "opina sobre lo que dice Platón"! En esta línea, la escuela republicana francesa entendía que nada podía ser más noble para un niño de Francia que llegar a ser un ciudadano francés y un buen usuario de la lengua más excelente de la humanidad que era, por supuesto, la francesa.
Educar es habituar la atención y el apetito en unas determinadas direcciones. Lo ha sido siempre y lo seguirá siendo.
Si se quiere saber cuál es el sistema educativo de no importa qué país, lo que hay que hacer es aflorar los modelos de efectiva referencia moral ("mor", costumbre) de los jóvenes. Es decir, las figuras públicas en las que más se fijan y más despiertan su apetito.
La escuela sólo es de verdad educadora cuando sabe acompañar de manera verosímil el saber que transmite con modelos capaces de mostrarlo realizado. Por eso es tan desolador comprobar que por lo único que compiten nuestros adolescentes con el beneplácito de la escuela es por los trofeos deportivos.
Ya se han imaginado ustedes que, siguiendo este camino, llegamos directamente a una crítica de nuestro presente, porque la pregunta que nos sale al paso es, ni más ni menos, la de qué modelos están ejerciendo de atractores del interés de nuestras criaturas. La respuesta evidente es que, desde luego, el de los políticos, no. Y ahí está el drama. En esa ausencia del político como referente positivo y espontáneo de la vida escolar está "la otra" corrupción. Es la más grave, porque una comunida puede prosperar con políticos corruptos (hay abundantes ejemplos en la historia), pero no sin políticos. Es la más grave porque esta ausencia no obedece tanto a un mal hacer del político como a una falta de aspiraciones educativas de nuestra escuela y, por lo tanto, de nuestra comunidad.
En todo caso, todavía habría un paso más en el ahondamiento en esa corrupción, a saber, que esa abundancia de políticos corruptos fuera la se fijara como modelo a seguir, y no como blanco de críticas.
ResponderEliminarY cuando digo "abundancia" no lo hago con el fin de enfangar a todos, que como siempre ha sido, hay paja y cizaña. Empleo el término "abundancia" porque la experiencia nos demuestra que los corruptos han cundido en nuestro país, al menos en los últimos lustros. Baste recordar lo solicitadas que estaban las concejalías de urbanismo de cualquiera de nuestros pueblos y ciudades, cuando el ladrillo movía dinero A, B, y hasta la Z.
A mi este texto me sabe a modelo de referencia. Acaso porque es menos straussiano?. Me ha gustado mucho. Me quedo con pequeñas frases que encierran inmensas ideas. Por ejemplo la de la pregunta con estilo de un profesor brillante:"Describa usted tal cosa imitando el estilo de Balzac". O la de aspirar humildemente a la nobleza de "ser buen ciudadano y hacer buen uso de la lengua".
ResponderEliminarTampoco recuerdo haber leído hasta ahora, ninguna definición de la Educación tan brillante y simple como esta: "Educar es habituar la atención y el apetito". O aquella frase que viviendo a medio camino entre las Humanidades y las Ciencias duras, sirve a una disciplina tan marginal como la Ética: "modelos que están ejerciendo de atractores del interés de nuestras criaturas". En fin, gran escritura propia (de Luri), desligada si cabe del estilo straussiano.
Como reflexión final, me pregunto sino estamos confundiendo el Estado y su "aparato burocrático y funcionarial" con la Patria, y si es posible un nuevo modo de ser ciudadano: ser un patriota sin Estado. El otro día leí de un Economista, que al Estado solo le quedan dos opciones: ser prescindible o privatizarse. Yo hubiera puesto una "y" en lugar de la "o".
H. Ambossat (la crisis me está haciendo más afable).
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHe borrado involuntariamente un comentario de Procesión del Perihelio que (¡lo que me ha costado recuperarlo!), decía lo siguiente:
ResponderEliminarEste post me ha sorprendido. Primero se supone que, durante el medievo o la ilustración, la gente (así en general) no sólo seguía modelos "mejores", sino que estaba moralmente mejor formada porque se aproximaba más a esos modelos de conducta ejemplar. Con tal presupuesto se elude arrojar luz sobre lo que es bueno y para quién es bueno y por qué lo es. Valoremos aquello que somos capaces de imitar, pues. Pero no olvidemos que los espíritus creadores son inimitables. Por otro lado, eso de las "buenas" costumbres, es una noción (como la de "buen ciudadano") cuanto menos confusa. El buen ciudadano es aquel que obedece las reglas del juego y que incluso en la protesta busca su propio sometimiento. No creo que la necesidad de pastores, formadores de conciencias y ánimos, y de la grey como contraparte se pueda obviar; porque es transversal a todo el esfuerzo de domesticación del hombre desplegado a lo largo la historia. En cuanto a la necesidad ilustrada aquella de formar una población pensante, alfabetizada, autónoma, culta, crítica, etc. tras su aplicación ejemplar no se ha conquistado una mayor libertad, si acaso nos ha sumido en un sueño más profundo y abstracto (pastores y prohombres incluidos). Eso sí, todos conociendo a Lavoisier y recitando la tabla del nueve. Me parece que se trata de imponer unas coordenadas de pensamiento que faciliten la inducción de convicciones (como cuando ahora decimos: "es un hecho comprobado científicamente" o "esto es democrático" o "buen ciudadano"). No se puede disimular el conflicto entre verticalidad y horizontalidad sin caer en la demagogia.
Supongo que hay que saber administrar la insignificancia y el tedio en tiempos de paz y, dentro de lo que cabe, no lo hacen del todo mal. Disfrutemos del espectáculo y del cabreo responsable de los buenos ciudadanos medios.
Saludos
1) Efectivamente, las virtudes políticas son siempre relativas a una "politeia". Por eso son políticas. Véase el "ho phrónimos" aristotélico.
Eliminar2) La noción de buena costumbre como la de buen ciudadano es perfectamente comprensible... excepto para los ciudadanos de politeias confusas.
3) No sabemos crear una politeia que cumpla estas dos condiciones: (1) que sea una y (2) que no genere excluidos al afirmar su unidad.
4) Más allá de las virtudes filosóficas está el filósofo, ese mal ciudadano (Sócrates y la cicuta).
Quizás lo más difícil de todo sea educar "buenos ciudadanos" de esa "politeia necesariamente confusa y no-una"...
EliminarSaludos
Uno cualquiera
En El mito de la educación, Judith Rich Harris defiende una tesis parecida: no son los padres quienes pueden marcar a sus hijos los valores que estos han de adquirir, sino que estos los toman del grupo de compañeros en el que se integran. La única influencia de los padres consiste, así pues, en buscarle a los hijos un contexto en el que esos valores sean dominantes, es decir, buscarles compañías “adecuadas”.
ResponderEliminarQuintiliano, en la Institutio oratoria, propone un ejercicio que consiste en escoger un personaje de la Historia o de la Literatura, o de ambas, pongamos a Dido como ejemplo, y en escribir, adoptando su personalidad, un discurso, como el de Dido antes de matarse con la espada de Eneas sobre la pira ardiente.
El modelo de las vidas ejemplares ha sido fecundo en el desarrollo de Occidente. Desde la Leyenda áurea hasta las Actas de los mártires cristianos (dos apasionantes volúmenes de la BAC, que recomiendo fervorosamente), pasando por las inagotables antologías de apotegmas, dichos ingeniosos de personajes célebres (de los cuales hay una excelente muestra en Agudeza y arte de ingenio, de Gracián), la imitación de los modelos clásicos, como el de la nómina de héroes que recoge Jorge Manrique en el Planto a su padre, ha sido parte esencial de la práctica educativa. El reverso cotidiano de esa práctica es la insistencia de los padres y de los confesores en evitar las “malas compañías”, las únicas, sin embargo, que merecían la pena, como cualquiera habrá vivido, si, como en mi caso, respiraba el nacionalcatolicismo en casa como las miasmas pestíferas de un cenagal. A mi parecer ese modelo entró en crisis hace mucho, tanto como desde cuando desapareció la razón dogmática (si esta unión alguna vez fue considerada como algo con sentido) y fue sustituida por la redundante razón crítica. A poco que rascamos en la superficie de cualquier vida ejemplar (ahí están la de Rousseau y la de Tolstoi, por ejemplo) salen a la luz tanta miseria y corrupción moral que más nos vale mirar hacia dentro para buscar los valores que nos asistan en nuestra vida. No digamos si donde rascamos es en la contabilidad de los partidos políticos… En otras latitudes con una épica nacional asentada, esto es, compartida unánimemente, es más fácil proponer esos modelos a la consideración de la juventud; pero en España, donde el ideal picaresco de vivir de puta madre sin dar palo al agua ha sido el ideal de mayor éxito, ¿qué se puede ofrecer, al margen de las leyendas y las utopías? Tenemos lo que tenemos y es difícil convertir el modelo del ejemplo en norma. El pensamiento y el trabajo han sido siempre sospechosos, en este país, sobre todo el primero, y más aún si se afana en preservar su independencia. Ahí está el funcionamiento de los partidos políticos, representantes del pueblo, en los que se penaliza la opinión propia y se premia el servilismo, la famosa “adhesión inquebrantable”. Si a todo ello le añadimos el aderezo de la gloria catódica o yutubiana, se nos ofrece un panorama tal que lo propio es recogerse en esa “asocial” posición straussiana del filósofo a solas con la teoría, esto es, con la verdadera realidad. ¡Ellos sí que valoran las vidas ejemplares de cuantos filósofos les han precedido!
Una pequeña precisión linguística: moral viene del latín mos, moris. Me temo que la palabra latina mor no existe (Proyecto Perseus).
ResponderEliminarPongamos, pues, si le aprece mejor un guión junto a "mor", tal que así: "mor-".
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