Dejo a mis espaldas un Madrid lluvioso y gris, un Madrid para verlo desde la ventanilla del tren que me lleva a Ocata. Para despedirme como el día requería, me he levantado temprano y he ido a desayunar a la Chocolatería San Ginés, chocolate y churros, naturalmente. A las 9:00 está a rebosar. Hay una mezcla un tanto pintoresca de obreros de la construcción, un grupo de sindicalistas rollizos (me ha parecido entender que eran camioneros), turistas de mediana edad que cumplen religiosamente con los rituales de la guía, como hemos hecho todos algua vez, y jóvenes parejas enternecidas por su copresencia.
Voy a Atocha bordeando -cuando puedo- los charcos de las aceras.
Cuando eres joven, si vas a la cama cansado te levantas con sueño (si eres joven siempre te apetece dormir un poco más) y descansado. Cuando tienes mi edad, para las 6 de la mañana ya tienes los ojos como platos buscando entre las rendijas de luz que se cuela por la ventana una excusa para levantarte. Ya no tienes sueño, pero estás cansado, porque el cansancio cotidiano es acumulativo.
Comencé el día ayer hablando de empresas con empresarios navarros que saben de esto muchísimo más que yo y que viven con normalidad el tobogán de los negocios. A las 13:30, comida con un personaje que me tiene fascinado, Javier Cañete, de la Fundación Botín. Cada vez que nos encontramos reanudamos los hilos de las conversaciones interrumpidas, porque la ausencia los mantiene vivos. Hablamos de todo, hasta del perro Betún de Ana Palacio. La llamé para decirle que estábamos hablando de su perro mientras Putín hacía de las suyas.
- ¿Te das cuenta, Javier, que hemos hablado de muchísima gente y de todos hemos hablado bien? -le pregunté al despedirnos.
Eso es comer bien, traer imaginariamente a la mesa a las personas que apreciamos y llenarla con su presencia cordial.
A las 17:30 me esperaba un coche en la puerta del hotel para llevarme a la Universidad Francisco de Vitoria. El conductor, un ecuatoriano simpático y atento, me contó la mitad de su procelosa vida a la ida y la otra mitad se la reservó para la vuelta. Esta segunda fue la más sabrosa, porque incluía anécdotas de su experiencia como taxista nocturno en Madrid. Están a punto de operarlo de algo del corazón. Le deseo lo mejor. Es un gran tipo. Después, una entrevista y una charla a los padres de alumnos con este título: "¿Se ha cansado el hombre de sí mismos?" Más cordialidad, una larga despedida, promesas de rencuentro y cena en calma y soledad en un rincón de un restaurante cercano al hotel.
Volveré pronto.