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martes, 20 de octubre de 2020

Tomates, cebolla y sal

A veces, que suele ser cuando estoy solo en casa, me hago una cena melancólica. Uno o dos tomates -si pueden ser, feos de Tudela- cortados a gajos, una cebolla, sal y pan. Se trata de ir cogiendo el tomate, la cebolla o el pan, hundir un extremo en la sal y llevárselo a la boca. No es una comida para quedar bien, pero es la que le gustaba de vez en cuando cenar a mi padre y a mí los tomates, la cebolla o el pan, comidos a sí, de esta manera tan elemental, me saben a blanco y negro y a melancolía. El del gusto es posiblemente el sentido que más afilados recuerdos despierta. Hay páginas del pasado que viven escondidas en el interior de un tomate.
 
Mañana me pienso hacer sopas de ajo.

4 comentarios:

  1. Gracias por compartir este recuerdo y esta reflexión

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  2. Sí. Nunca sabes por qué vericuetos te lleva la melancolía.

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  3. Me ha hecho usted recordar con placer tres platos en concreto. Bueno, más bien dos, el tercero no es precisamente un plato.
    En primer lugar surgió con fuerza el recuerdo de la navideña sopa de albóndigas de mi abuela la "perota".
    En segundo lugar me vino a la mente el fricandó de mi abuela paterna, por ser un plato que no sólo me agrada por su sabor, sino porque siempre que lo como me recuerda mi ascendencia catalana.
    Y en tercer lugar, y no por ello menos importante, queda la mortadela de aceitunas,manjar de cuya degustación sólo disfrutamos, en mi familia, mi padre y yo.
    Me enternece mucho recordar la siguiente frase del encargado de la intendencia, "niña, te he traído mortadela de aceitunas", como un guiño de complicidad exclusivo. Me emocionó mucho la primera vez que constaté que mi marido había decidido tomar el testigo de dicha tradición y surtir, ocasionalmente, mi frigorífico con tal embutido, el que, por cierto, él detesta.
    Todo un detalle el suyo.

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