Tengo un nieto de 6 años, G., al que le gusta -y le gusta mucho- ponerse a sí mismo deberes. No es que sea un fanático de la lectoescritura y de las matemáticas. También disfruta jugando (a videojuegos y con sus amigos de manera directa), patinando con su padre, viendo la tele, etc. Pero con frecuencia se pone deberes y copia poesías, letras de canciones... o nos escribe cosas a sus familiares, tanto sea en papel como en WhatsApp. También parece disfrutar con ejercicios de matemáticas, descubriendo qué hay más allá del número 1.000 o si 60 más sesenta son 120, ya que 6 más 6 son 12.
Me hace, por supuesto, pensar.
Cuando hablamos de deberes sí o deberes no y, sobre todo, cuando defendemos la equidad, tendemos a ignorar que las aspiracioenes individuales son muy heterogéneas y que debemos estimular a quienes las tienen altas e intentar corregir a quienes las tienen bajas y que así, inevitablemente, ahondamos diferencias. Esto me parece elemental, pero es una de esas cosas elementales que no nos gusta mirar a la cara, no sea que, de hacerlo, nos veamos obligados a extraer consecuencias.
Gracias Gregorio.
ResponderEliminarEl pedagogo con ambición sabe que la causa última de todas estas confusiones con la equidad es que, en realidad, se quiere resaltar únicamente lo que nos iguala como seres humanos cuando el propósito ulterior de la educación es, precisamente, lo contrario: diferenciar la excelencia de los proyectos particulares de vida gracias a la educación recibida y cultivada con esfuerzo. El buen pedagogo sabe que la educación aparece en el punto exacto en el que aparecen las diferencias.
Totalmente de acuerdo con su heterodoxia.
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