sábado, 12 de octubre de 2019

Escribir

Me pongo a escribir porque creo que tengo algo que decir, pero con frecuencia en el proceso de la escritura me doy cuenta de que no sé decirlo bien. Mis ideas no son lo suficientemente claras y distintas como para encajarlas con soltura en las palabras. 

La necesidad de aclarar las ideas para hacer más diáfana la expresión y para reconocerme a mí mismo en lo que escribo -para asumir ese párrafo como mío- me fuerza entonces a pensar de otra manera lo que creía que era una convicción y a ir más allá de mis supuestos. Y así caigo en la cuenta de que no tenía las cosas tan ligadas como parecía y que, sorprendentemente, no comparto todo cuanto escribo.

Si la verdad, ciertamente, obliga, la incoherencia aún obliga más.

Decía Platón que el pensamiento es el diálogo del alma consigo misma. Posiblemente así sea en el caso de los grandes pensadores, que son capaces de detenerse ante la realidad y darle forma conceptual. Pero en mi caso, para poder pensar conmigo mismo tengo que dar forma escrita a lo que antes de escribir creía que eran mis ideas.

En el esquema que me hago inicialmente, todo está claro, pero es en la escritura, que me obliga a ir paso a paso, donde se pone a prueba mi coherencia.

Digo "mis" ideas como si tuviera un derecho de propiedad sobre las mismas, y resulta que son ellas las que me fuerzan a tirar por aquí o a torcer por allá.

Escribir es ponerse en manos del logos que uno es capaz de gestionar.

8 comentarios:

  1. Pues yo creo que el logos que usted es capaz de gestionar deja las cosas bastante claras en muchos campos..., especialmente en educación.

    Gracias por ello.

    José

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  2. Y Creer debe ser ponerse en manos del Verbo, que uno puede encarnar.
    HL

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  3. Pues no sé..., pero a pesar del aparente desconcierto que pueda desprenderse de sus letras de hoy, la escritura, siempre termina por revelar en buena medida el espíritu de quien la impulsa.Incluso a su pesar, y aún en la fábula más alejada de nuestra realidad. Aunque eso, dependa también en -buena medida- de quien lee.

    Y en opinión de esta lega, es también una forma de resistencia, una manera particular de 'atravesar el espejo', una búsqueda de ese yo incierto que todos poseemos, y que nos sale por las rendijas... Incluso, una forma privilegiada de la memoria que nos transporta con una cierta nostalgia a otros presentes o futuros. Y perdón por la digresión.

    En todo caso, sepa vd., que se le entiende todo :)

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  4. No sé si a usted, que es tan prolífico escribiendo le pasa, pero me encuentro muchas veces en que escribir duele cuando las ideas no acaban de engarzar, o lo que tenías claro mientras ibas de camino se desmorona cuando quieres darle forma frente al ordenador, o cuando el bullicio domestico acalla a las musas y te deja estancado... Me he visto reflejado en lo que escribe en esta entrada y me ha reconfortado.

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    Respuestas
    1. ¡Y tanto!
      Efectivamente, escribir, a veces, duele. Pero no puedes escribir honestamente si tienes miedo a hacerte daño.
      Respecto a la vida doméstica... este es el único trabajo en el que te pueden interrumpir en cualquier momento para preguntarte si has comprado el pan, si tiene gasolina el coche, si has visto lo que ha traído el cartero, o si tienes un minuto para doblar una sábana. Pero resulta que, al menos en mi caso, resulta imposible escribir cuando estás solo en casa y no hay nadie merodeando por las habitaciones de al lado.

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  5. "Ver claro para escribir justo".
    (Pessoa)

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  6. Precisamente por lo que dice usted en esta entrada, me parece muy valiente que se atreva a publicar casi a diario en este queridísimo y concurridísimo café de ocata... A veces uno no se da cuenta de lo que ha dicho hasta que el lector comparte con uno su interpretación o sus reprimendas. A veces nos descubrimos diciendo más de lo que pretendíamos decir, llegamos incluso a traicionarnos, y cuando nos lo hacen notar nos avergonzamos o nos asustamos de nosotros mismos. Hacer público el propio pensamiento es siempre un acto político. Así lo aprendimos de Leo Strauss. ¡Bendito sea, pues, el coraje que usted nos comparte!

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