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martes, 3 de septiembre de 2019

Seguir con vida

 I
Me encuentro a un amigo del pueblo al que hace tiempo que no he visto. Está sentado con su mujer en la terraza de un bar. Me siento a su lado. Pido un cortado. Hablamos de nuestros hijos, de nuestros nietos, de nuestras cosas y, de repente, mi amigo se me queda mirando fijamente, me pone la mano en el hombre y me dice: "Perdona, pero no sé quién eres. Debes ser amigo mío, porque me hablas con cariño, pero no sé quién eres". Intento reaccionar son normalidad, pero ¿qué es la normalidad en estos casos? Su mujer y yo nos cruzamos las miradas, en silencio. En cuanto puedo le digo mi nombre y cuatro referencias comunes que me parecen decisivas. "Si, sí, me contesta, pero no tengo nada detrás de tus palabras, no tengo recuerdos de nada, pero, si no te importa, la próxima vez que me veas, siéntate a mi lado, porque creo que me aprecias."
II
Me invita una poderosa institución internacional que paga muy bien a que hable de A. Les contesto que, de acuerdo, siempre que ellos tengan claro lo que yo entiendo por A. Se lo explico. Respuesta: creemos que tus conocimientos sobre A son mucho más amplios y profundos que los nuestros, por lo tanto, mejor que dejemos la invitación para otra ocasión.
III

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