Ocata es, obviamente, un lugar.
Pero no es sólo eso.
Para mí es, sobre todo, el encuentro milagroso del cielo, la luz y el agua,
en un flujo de vivencias del nacimiento
o el ocaso del día.
El paisaje, decía el gran Amiel, es un estado del alma.
Y tenía razón.
Pero hoy, que conmemoramos a San Juan de la Cruz,
el alma experimenta la alborada luminiscente del alma...
En el inicio es la luz rasgando la oscuridad
y ofreciendo el límite de la forma a las cosas
(este era el quehacer de la diosa Maat, la egipcia)
y, por lo tanto, la posibilidad de la narración,
que es el logos
siempre igual y siempre distinto
porque cada día la promesa del alba recrea una esperanza indefinida
pero real:
el alma es alma porque espera
porque tiene fe.
La fe es la autoafirmación del alma.
En los auriculares,
Cherubin
de Massenet.
Me cruzo con caminantes y corredores.
Todos van mirando al suelo o a sus cronómetros.
Es lo que hay que hacer si todo a lo que se aspiras es a no tropezarse.
Pero hay que tropezarse con la alborada
porque aquí esta todo como esbozo
que pide un logos,
como promesa aún no enunciada
-como promesa de la promesa-
como voz que aún no artículo una palabra
-como voz de la voz-
como luz cuajando en el relato del día.
"Ocata, de nuevo" es un título que condensa la maravilla paradójica que permite seguir viviendo: "todo es nuevo siempre, bajo el sol, cada día". Lo contrario es la renuncia de la "Lógica de lo peor", de Rosset. un libro triste, y necesario, donde los haya.
ResponderEliminarSe me olvidaba: las fotografías requieren "marco", porque solo colgadas en un lienzo de pared acaban teniendo la verdadera dimensión artística que tienen.
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