se puede matar a Dios (de hecho hoy matar a Dios está al alcance de cualquiera), pero no se puede impedir que resucite. Y la prueba de que resucita es que no todo está permitido. Ni tan siquiera una banda de asesinos se lo permite todo. Ni el inmoralista más orgulloso de su inmoralidad guía su conducta por medio de los dados, sino que la ordena según algunos criterios que le permiten elegir un comportamiento en lugar de otro. No se puede impedir la resurrección de Dios porque no podemos impedir la presencia de algún principio represor de nuestra libertad o, lo que es lo mismo, no podemos eliminar completamente nuestro sentimiento de culpa (o ansiedad). Sólo el día en que el Super-yo se haga nihilista habrá dejado de resucitar Dios. Pero es que entonces ya no será necesario que resucite, porque habrá dejado de haber hombres sobre la tierra.
Y es que no hay ley sin legislador o Legislador (ficticio o real).
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