La melancolía de la vejez nace de la constatación de que aquella voz interior que con tanta seguridad te empujaba en la juventud, se ha hecho prudente, es decir, desconfiada. Uno quisiera suplir la debilitación de este empuje extrayendo del mundo, al que ahora se entrega con tanto afán de aprendizaje, algún refuerzo suplementario de confianza, pero los dioses, tanto los del alma como los del mundo, ahora ya no empujan, sólo aguardan.
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