Artículo de hoy en El periódico. Después de enviarlo me di cuenta de que había desperdiciado un magnífica título: "La fe del bedel".
Contaba Manuel Fraga que cuando un gobierno del que él formaba parte se hacía se hacía la foto oficial, un bedel que estaba contemplando el engolamiento del grupo, le comentó a otro: “¡Estos interinos!”
Sospecho que esto es también lo que vienen diciendo los profesores ante la sucesión de leyes, ministros e innovaciones. Por eso lo que impera entre nosotros, si atendemos a las prácticas educativas realmente existentes, es un anarquismo metodológico que -me parece a mí- cuenta a su favor con la fe del bedel. Llevamos bastantes años aplicando lo que en Navarra se llama “el pase foral”: “Sea acatado, pero no cumplido”. Cada centro hace lo que puede como buenamente puede. Así, por ejemplo, aunque la separación de alumnos por niveles dentro de un curso esté oficialmente estigmatizada, hay centros que la aplican hasta en preescolar. La opinión pedagógica publicada asegura que todo el mundo está en contra de las evaluaciones, pero los centros que obtienen buenos resultados los ponen como cebo a la hora de las matrículas. Y hacen bien. La opinión pedagógica publicada es sólo la punta del iceberg de la opinión real. Aunque lo sumergido sólo lo intuimos, sabemos que al mismo tiempo que el 90% de los docentes se declara constructivista, un porcentaje similar sigue pegado al libro de texto.
A mi no me preocupa mucho si los centros educativos dispondrán de autonomía metodológica. No hay ni conseller ni ministro capaz de evitarlo. Lo que me preocupa es si las metodologías que se ponen de moda están sustentadas en evidencias científicas o si sólo son innovadoras. Hay una amplia literatura crítica con muchas de las prácticas que se presentan aquí como innovadoras, aunque tienen cien años de antigüedad. Animo a los interesados a leer Progressively Worse de Robert Peal; Seven Myths about Education, de Daisy Christodoulou o Real education, de Charles Murray.
Ya sé que en Cataluña la maldad de la LOMCE es un dogma de fe y que si no lo acato, corro el riesgo de ser excomulgado por los jaleadores del pensamiento crítico (que es ese pensamiento que coincide con el nuestro), pero yo diría que incrementa la autonomía concedida a los centros por la LOE. Pasemos por alto el preámbulo, que defiende la importancia de “formar personas autónomas, críticas, con pensamiento propio” y asegura que “equidad y calidad son dos caras de una misma moneda”, y vayamos al articulado. En el artículo doce se dice que la evaluación será continua y global; en el diecinueve, que “será continua, formativa e integradora”. En el veintiocho, se habla de evaluación por competencias. En el setenta y tres y en el setenta y siete, de promover y potenciar la autonomía de los centros.
¿Es esto creíble? Para muchos, no. Y esta es precisamente la prueba de que la autonomía es inevitable: lo que las críticas a cada una de las leyes que hemos tenido ponen de manifiesto es que nuestros poderes públicos son incapaces de ganar consensos amplios para sus propuestas. Esta es, exactamente, nuestra realidad.
Me atrevería a decir que más que política-ficción es política-redentorista... Cualquier ministro o consejero del ramo, con la única y loable excepción de Gabilondo, quien prudentemente dio un paso atrás antes que embarcarse en ese redentorismo que afecta a todos los irresponsables políticos que se encargan de la educación,; cualquiera de ellos, digo, está convencido de que va a crear un sistema infalible y digno de emulación. Da igual que esos graciosos "interinos" reúnan o no el consenso, lo ridículo es aquella convicción indocumentada que, como en el caso de Ermest Maragall, que le llevó a hacer un modelo exclusivamente a gusto de CiU, por ejemplo, nos va a colocar poco menos que en el siglo XXII de la pedagogía. Illich, como Nietzsche con Dios, sentenció la muerte de la escuela. Y no hay manera de animar este cadáver con el que convivimos a diario. Demasiados intereses espurios se dan cita en el sistema educativo como para que las ideologías cedan ante los profesionales para que, si es posible, haya unos consensos básicos sobre el qué y el cómo. De momento, seguimos estafando a la mayoría de los alumnos, con el beneplácito de las familias, por cierto. Penoso.
ResponderEliminarlo hje leido esta mañana, y fíjese que se me ha ocurrido que el título DEL ARTÍCULO no era el más adecuado y se me ha ocurrido otro: LA SOLEDAD DEL PROFESOR DE FONDO
ResponderEliminarNo sé, amigo Gregorio, si debería invitar al consuelo o al desconsuelo que el 90% de los docentes se declare constructivista a la vez que se sirve de los libros de texto. No se puede estar a la vez quemando iglesias y comulgando (sin previa confesión, claro). Al desconsuelo invita que alguien se declare constructivista y no sepa qué diantre significa esto, esté dispuesto a calificar de "facha" al que se manifieste en contra.
ResponderEliminar¿Y al consuelo? Bueno, una anécdota que he recordado al leer el dato del 90% de constructivistas entre el gremio docente. Cuando era estudiante de Filosofía, un profesor que tuve recién llegaba de una beca en Alemania, en Heildelberg, durante la cual se había alojado en la casa de un profesor alemán de la misma Facultad. Había muerto Franco hacía poco, dos o tres años. Durante la primera cena en casa de sus huéspedes, el profesor alemán se interesó mucho por la situación política española, qué iba a pasar etc. Algo refractario a la palabrería política facilona, y también a la política en general, mi exprofesor intentó resumir la cosa de la siguiente manera: "Pues mire, verá, en España, al día siguiente de la muerte de Franco, prácticamente no quedaban franquistas". "¡Anda, como aquí!" prorrumpió la señora de la casa desde la cocina... Enhorabuena por el artículo.
Muy bueno.
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