"En los felices tiempos de la ilusión, las cuentas de El Bulli fueron para el español común su mayor timbre de status. La primera impresión era que a la cuenta le habían sumado la fecha, pero luego la mayoría hipotecaba el piso y pagaba. O se comía la cuenta, fingiendo haberla confundido con un postre de Adriá, el Derrida de la cocina".
En Salmonetes
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