No hay que descartar, le digo a Javier, que esto que ocurre en Sevilla sea como la música celestial, que según Pitágoras no notamos porque es como el aire transparente, algo que de tan obviamente presente, no se nota. Las estrellas giran y en sus revoluciones dan la nota que ya no oímos porque nacemos habituados a su son. El vientre materno sería una caja de resonancia de la armonía celeste. Lo cierto es que el recién llegado, una vez atravesado el caparazón de la ciudad moderna, sabe que está en Sevilla porque la oye, la huele, la somatiza; y se sorprende de que los sevillanos caminen por estas calles como si tal cosa, ciegamente habituados a la música de las esferas. Hay pocas ciudades más sensuales que ésta.
- ¿Le importa que ponga un poco de música, de la nuestra? -me pregunta el taxista que me lleva del aeropuerto a la Plaza nueva.
Sí que me importa, porque me gusta el silencio, pero le digo que no. E inmediatamente suena Miquel Poveda, el catalán Miquel Poveda, cantando aquella copa tan cruel de Juanito Valderrama, El emigrante, que dice, sin pudor ninguno "me voy a hacer un rosario con tus dientes de marfil". Hoy le dices eso a una mujer y te cae un pleito.
Me alojo en el Hotel Inglaterra de la Plaza Nueva, en una habitación espaciosa y acogedora. Mientras me ducho canto, claro, El emigrante. La ducha es caprichosa. Padece incontinencia térmica y me arrastra de extremo a extremo del termómetro a su antojo, de manera que acabo ululando Immigrant song, de Led Zeppeling. Nada más salir de la ducha comienza a sonar el teléfono. Catalunya Radio, Ara, el vidriero que quiere saber si tiene que dejar uno o dos centímetros de margen en no sé qué.
La presentación del libro es a las 7.30. Tengo hora y media. Puedo ir zigzagueando, saboreando la lujuria de la tarde. Ya se sabe que la verdad es curva... o al menos eso creía Victor Hugo. Recibo un mensaje de Àngel Duarte, que me dice que no puede venir. ¡Y yo que creía que al menos tenía un asistente asegurado! ¡Me había prometido que aparecería con un clavel en el ojal! Las razones que alega no pueden ser más convincentes, pero no por ello hacen más lamentable su ausencia y la de su mujer, asidua -me asegura- de este café.
Dice Javier que hay que tomarse un cubata antes de empezar, cosa que me parece una manera muy sensata de empezar.
- ¿Habrá alguien, Javier?
- A menos Paco Socas...
Francisco Socas, el hombre que ha enseñado a
Juvenal a hablar castellano, me espera a la entrada del IES Murillo y nada más verlo sé que todo va a ir bien. Lleva su
Séneca bajo el brazo, que aún no sé que me está dedicado. Además está
Joaquín, a quien por fin conozco, después de un largo trato internáutico.
Cenamos, en un lugar magnífico, Javier, Francisco y un servidor. Parece que nos conociéramos de hace años, de toda la vida. Nos une Girolamo Cardano, Petrarca, Higinio, Platón y la poesía de Vázquez Montalbán. De hecho hablamos y descubrimos afinidades que no sabíamos que existían. Y nos unirá Barcelona próximamente. Javier me asegura que vendrá a la presentación de la Introducción al vocabulario de Platón en el Ateneu Barcelonès el 16 de mayo y Paco tiene que aparecer a arreglar unos asuntos.
Y aquí me tienen ustedes. Son las 6:23 de la mañana y ya he agotado las existencias de agua del frigorífico del hotel. Los excesos de la cena me han pasado factura. Una factura que volvería a pegar mil veces, claro. Hoy tengo todo el día para huronear por Sevilla. Hasta las 21h no sale el avión. No hay prisa. Mientras haya agua que beber, claro...