domingo, 17 de diciembre de 2017

La felicidad es una experiencia de encajes

Viaje a Madrid. Frío navideño, que es lo corresponde en esta época del año, y cordialidad, que es lo habitual en esta ciudad.

En la Librería el 7 (Moratín 30) me topé con dos libros.

El primero, Lo que siento y lo que pienso, no lo compré por el autor, que no conocía, sino por el prologuista, el buen Zozaya. Su lectura me confirma la idea de que hay que buscar entre los abuelos las palabras que necesitamos para explicarnos a nosotros mismos lo que nos pasa.


El segundo es este otro, más conocido, de Federico M. Alcázar:


- ¿Le gusta a usted Alcázar? -me pregunta el librero, un hombre simpático, pero que se queja de que ahora la juventud no conoce a nadie, porque no lee.
- Sí, un poco...
- Tiene un libro muy bueno sobre tauromaquia.
- Tauromaquia moderna.
- O sea, que lo conoce.

Federico M. Alcázar tenía la peculiaridad de ser a un tiempo filósofo (escribió unas Observaciones sobre el origen de la filosofía racionalista y su ilusión era ser profesor de filosofía en un instituto), pedagogo (fue maestro -confiesa- "en varios pueblos de las riberas del Júcar y de la vertiente sur de la sierra del Segura" y autor de El problema de la educación), crítico taurino (Sánchez Mejías. El torero y el hombre; Tauromaquia moderna; Toro, torero y afición...)...

Salí dejando en los estantes el "Curso de filosofía" de Juan Zaragüeta. Pero ya me tengo domado y me pongo un tope de gasto cada vez que entro en una librería de viejo. Sin embargo el abandono de un filósofo al que ya nadie recuerda, me producía una cierta mala conciencia. Para compensar la deslealtad de la renuncia, el destino ha querido que al llegar a casa me haya encontrado con un regalo que me han enviado de lejos:


¡Qué bien que las cosas encajen!

Posiblemente eso que llamamos felicidad consiste en esto, en la experiencia de que las cosas encajan y que nada (o casi nada) sobra, ni nada (o casi nada) falta.

Añado mi última colaboración en El Subjetivo: Teoría del soberano

6 comentarios:

  1. No sé si ha leído usted "Benito Cereno" de Melville, pero la cita apócrifa de Schmitt le viene como anillo al dedo.
    Melville, a quien el viejo profesor admiraba...

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    1. Benito Cereno y, sobre todo la interpretación que hace Schmitt de Cereno están siempre aquí al lado, al alcance de mi mano, en la estantería.

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    2. Soy el anónimo de ayer, a las 12:40.

      No conocía su entrada del 03 de agosto del 2007, que Bacon copió y pegó ayer por la tarde.

      Errada pretensión, la mía, por tanto, al recomendarle algo que sin duda ya conocía, y muy bien, además.

      Saludos

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  2. "su ilusión era ser profesor de filosofía en un instituto"
    Eso indica que se trata de un tiempo realmente remoto

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  3. Schmitt, para disculparse, se comparaba con Cereno, a quien Babo afeitaba a diario para asegurarse de su cooperación.
    Podría haber dicho algo mucho más grave: que fue con la corriente, no sólo con tantos intelectales, sino también con la mayoría del pueblo alemán. Naturalmente, decirlo no le iba a granjear muchos apoyos.
    Porque al fin y al cabo, Hitler se presentó a las elecciones una y otra vez hasta que al final ganó. Democráticamente.
    Se podría objetar que "Tampoco hay que olvidar la presión social de los grupos nacionalsocialistas, lanzados a la conquista de las mentes", como escribió D. Luis Rivera en este blog en 2007 (http://elcafedeocata.blogspot.com.es/2007/08/carl-schmitt-el-complejo-de-benito.html).
    Si esto explica el voto de esa mayoría de los votantes alemanes, entonces surge la cuestión de qué condiciones de neutralidad cabe exigir para que unas elecciones sean válidas. Por ejemplo, Hitler se presentaba como un perseguido por el poder -la reaccción-, que le había encarcelado tras el fracasado putsch de Munich.

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  4. !Qué buena entrada!

    Gracias Don Gregorio.

    José

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